Gramsci al ataque

Antonio Sánchez García

Caracas, Venezuela

Jamás imaginaría Antonio Gramsci que a casi un siglo de su muerte y en la capital del Imperio, se le estaría culpando por los graves desajustes políticos que horadan la estabilidad del sistema de dominación norteamericano. Incluso del descalabro que sufren los demócratas y del fracaso de los republicanos en impedir los aires insurreccionales que sacuden a las más pobladas ciudades de los Estados Unidos. Poniendo en jaque incluso la reelección de Donald Trump, que parecía causa juzgada hace apenas algunas semanas.

El gran aporte del comunista turinés al marxismo fue relevar la importancia del mundo de las ideas, el pensamiento y la imaginación en la transformación revolucionaria de la sociedad. Rechazando el pragmatismo mecanicista del economicismo marxista. Ello suponía la necesidad de cambiar las ideas dominantes para hacer posible el cambio del mundo dominante mismo. Fue su aporte, si se quiere, invertir el dominio de las ideas de Marx, del terreno estrictamente económico, infraestructural, al terreno de las ideas y las creencias. Cambiar las ideas del mundo, para transformar el mundo de las ideas.

No fue el suyo un pensamiento sistemático. Y sus mejores y más importantes ideas no formaron parte de trabajos intelectualmente elaborados. Fundó el Partido Comunista italiano junto con Bordiga y Palmiro Togliatti. Y se hizo cargo de la representación de su partido ante la Internacional Socialista moscovita en el momento mismo de su fundación por Lenin. Preso y aherrojado en una cárcel por Mussolini, murió en prisión. Fue allí, en la cárcel, donde escribió gran parte de su obra, publicada bajo el nombre Cuadernos de la cárcel.

Al parecer sus ideas, más que repercutir en el universo académico norteamericano, lo han hecho sobre la intelectualidad hollywoodense, cuyos filmes se han abierto al influjo del cuestionamiento global. No es descabellado. La modernidad del pensamiento gramsciano está en las antípodas de una práctica de dominio tan troglodita y cavernaria como la chavomadurista, que ha tratado inútilmente de importar pensadores gramscianos para sacarle partido a un pensador esencial, medularmente antifascista. Esencial, medularmente antichavista.

Le debo a Gramsci mi venida a Venezuela. Fue el tema de la disertación que debí presentar en Caracas en junio de 1977, durante la celebración del XX Congreso Latinoamericano de Filosofía. Es mi deuda con el gran pensador italiano. Jamás podré saldarla.

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