El Charles Dickens de la narrativa española

Diego Montalvo

Quito, Ecuador

Que La sombra del viento del español Carlos Ruiz Zafón sea la más leída después de El Quijote no es para nada al azar. La maestría de las letras narradas por Ruiz Zafón no posee precedentes. Siempre, las mejores novelas serán recordadas por tener una primera frase que enganche al lector y una última que lo deje anonadado o en babia. La sombra del viento es un claro ejemplo debido a cómo se abre la historia: “Todavía recuerdo aquel amanecer en que mi padre me llevó por primera vez a visitar el Cementerio de los Libros Olvidados. Desgranaban los primeros días del verano de 1945 y caminábamos por las calles de una Barcelona atrapada bajo cielos de ceniza y un sol de vapor que se derramaba sobre la Rambla de Santa Mónica en una guirnalda de cobre líquido.”

La sorpresa, no obstante para quienes admiramos al narrador barcelonés, sí llegó por su temprana muerte, a causa de un cáncer, a los cincuenta y cinco años. Ruiz Zafón era un experto en terrores. No me refiero únicamente a esos característicos de Stephen King, Edgar Allan Poe, H.P. Lovecraft o Bram Stoker, sino por los suyos propios. Siempre con un estilo grisáceo narraba a esa Barcelona asediada por los fantasmas de la posguerra. Inició su carrera como un novelista juvenil donde llegó a vender 300.000 ejemplares de cada uno de sus trabajos. La sombra del viento, una narración para adultos y muy madura en cuanto a construcción de redacción y diálogos, vendió 15 millones de copias. Poco a poco ésta fue puesta detrás de la magna de un “tal Cervantes” como Ruiz Zafón se refería a su compatriota.

Para nada exagerado resulta afirmar que reinventó la manera de escribir best-sellers, esencialmente por la trilogía de «El cementerio de los libros olvidados» (compuesta por La sombra del viento, El juego del ángel y El prisionero del cielo) que posee un aire del Londres de Charles Dickens: ese sitio viejo, pesimista, donde de cierta forma los ciudadanos se dedican a convivir, muy al filo de la navaja, con su cotidianidad. El estilo desgarrador y macabro de Ruiz Zafón (que también puede verse en títulos de Dickens como Oliver Twist, Canción de navidad  o Nuestro amigo común) es también una mezcla muy profunda con el de Richard Matheson (Soy leyenda) y Shirley Jackson (La maldición de Hill House). Si ponemos a Dickens y Ruiz Zafón juntos, también comparten una prolífica carrera como autores: millones de lectores, varios textos publicados, novelistas que empezaron siendo catalogados meramente “para jóvenes” y cuya pluma fue madurando con los años.

La ficción, queda demostrado, es un viaje muy sincero y gratificante para escapar de la realidad. O, mejor aún, entenderla. Cada escritor se vuelve meramente consciente de su entorno, es capaz de narrarlo a su manera, ya sea porque éste le encante o lo atormente. Lo importante es el resultado final, que para bien o para mal está ahí, latente y es muy palpable. Las obras que perduran quedarán en la memoria de quienes las han leído y seguirán de generación en generación por nuestro bien y gratificación. 

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