Ni siquiera es pasado

Hernán Pérez Loose
Guayaquil, Ecuador

Las advertencias y puntualizaciones hechas la semana pasada por dos miembros del Consejo Nacional Electoral sobre las manipulaciones y errores que se vienen dando dentro de ese organismo con miras a las próximas elecciones son bastante graves. El país esperaba que sus máximas autoridades dieran una explicación detallada y convincente que elimine toda duda sobre tales observaciones. El país se lo merecía no solo porque la imparcialidad de los organismos electorales es clave en la construcción de una democracia. Es que, además, durante la pasada década el sistema electoral fue uno de los puntales de la dictadura correísta, de esa dictadura de mafiosos que destruyeron al país. Frescas siguen en la memoria colectiva los infaustos episodios que caracterizaban los procesos electores que organizaba esta gente.

Pero, lamentablemente, no fue así. Las respuestas que se dieron a las observaciones de los consejeros disidentes del máximo organismo electoral, lejos de disiparlas terminaron confirmándolas, pues consistieron básicamente en ataques personales y en acusaciones contra la integridad ética de ellos y no sobre el mérito de sus cuestionamientos. Es decir, se siguió el mismo libreto que tuvimos que soportar durante diez años. A las críticas que se hacían a sus políticas, el dictador respondía no con razones, no con argumentos, no con evidencias que refuten las objeciones que se planteaban, sino agraviando y vilipendiando a quien las hacía. El país no se merece esto. No se merece que el debate público continúe moviéndose entre los mismos carriles sobre los que se movió por una década. Y que, en realidad, no fueron muy diferentes de aquel que reinó durante los años que precedieron el ascenso del correísmo. Época nefasta aquella en la que el país tenía un dueño y las instituciones eran repartidas en condominio entre sus comensales. Años “dorados”, los unos y los otros, que algunos parecen extrañar; tanto que al país se lo quiere arrastrar hacia ese pantanal, aunque sea por el boquete trasero de la muerte cruzada o atajos similares.

Ni los organismos electorales ni las cortes, ni los entes de control deben ser propiedad de los movimientos o partidos políticos o de caciques o de sultanes o de caudillos o de empresarios o de sindicatos, ni ser presas de la intimidación, cálculo o beneficio de unos u otros. Ya tuvimos bastante de todo eso, ya perdimos décadas de desarrollo económico gracias a la inseguridad jurídica que provocaron tanto el correísmo como los vicios de la época que lo precedió. Por mucho que parezca difícil, debemos perseverar en el empeño de que un día nuestra nación deje de ser gobernada por individuos para ser gobernada por leyes, pues solo entonces seremos una nación de seres libres.

Ha comenzado a sentirse últimamente una perturbadora corriente de olores desagradables que parecían extinguidos. Es como si la escalofriante frase de William Faulkner en una de sus novelas, “El pasado nunca está muerto. No es ni siquiera pasado”. (The past is never dead. It’s not even past), estaría confirmándose. Un aterrador escenario que no debemos permitirlo.

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