La violencia afecta a la salud mental en las favelas de Río

Una mujer camina con una niña junto a una vivienda con las paredes llenas de impactos de bala, en el complejo de favelas de Alemão, en la zona norte de la ciudad de Río de Janeiro (Brasil) hoy, martes 25 de abril de 2017. Moradores realizaron una protesta contra la muerte del chico Paulo Henrique de Oliveira, asesinado con un tiro dentro de la favela. Los residentes acusan a la policía por el asesinato en la favela, donde se presentan confrontaciones constantes entre las autoridades y narcotraficantes. EFE/ Antonio Lacerda

RÍO DE JANEIRO (AP) — Almir Arruda salió deprisa en su bicicleta para cruzar la favela de Ciudad de Dios, en Río de Janeiro, cuando supo que había un tiroteo entre narcotraficantes y policías cerca de la escuela infantil de su hija de cuatro años.

Arruda, de 43 años, un obrero de la construcción desempleado, llegó a la escuela infantil de su hija para encontrarse a niños y maestros en el suelo para resguardarse de los disparos que seguían oyéndose cerca. Recogió a su hija Jamile, que se veía aterrada, y ambos se alejaron unas cuadras en la bicicleta hasta que Arruda se detuvo para esperar a que terminara la balacera, y se deshizo en lágrimas.

“No me importa si me dan, pero ¿y si le dan a ella?”, dijo entre lágrimas sobre las balas perdidas. “Me siento como un prisionero en el barrio”.

En medio de un brusco aumento de la violencia en las favelas, millones de vecinos de Río sufren un estrés diario similar al de una zona de guerra.

Traficantes fuertemente armados luchan por el control de muchos barrios miseria y las violentas operaciones policiales contribuyen a la cifra de muertes y a la sensación de miedo. En 2016 murieron 920 personas durante redadas policiales o patrullas en el estado de Río, más del doble que en 2013, según el Instituto de Seguridad Pública de Río. Y la cifra de este año ha subido casi un 60% respecto al año anterior.

Policías patrullan la zona en el complejo de favelas de Alemão, en la zona norte de la ciudad de Río de Janeiro (Brasil) hoy, martes 25 de abril de 2017. Moradores realizaron una protesta contra la muerte del chico Paulo Henrique de Oliveira, asesinado con un tiro dentro de la favela. Los residentes acusan a la policía por el asesinato en la favela, donde se presentan confrontaciones constantes entre las autoridades y narcotraficantes.

Para documentar el impacto psicológico de la violencia sobre los habitantes de las favelas, un equipo de Associated Press pasó ocho días con dos familias en Ciudad de Dios, un barrio marginal de unos 50.000 vecinos que saltó a la fama por la película de 2002 que llevaba su nombre, y que fue nominada a un Oscar. El entonces presidente de Estados Unidos, Barack Obama, visitó el lugar hace seis años.

Durante su estancia, el equipo de AP vio a niños, algunos muy pequeños, hablando sobre la violencia en sus comunidades, a madres que obligaban a sus hijos a ponerse a cubierto durante las patrullas policiales y a un hombre que se recuperaba tras ser baleado.

El rugido de las armas se oía con frecuencia, haciendo que la gente interrumpiera sus actividades cuando creían que una escaramuza estaba especialmente cerca.

A diferencia de cientos de otras favelas en Río que comenzaron como comunidades improvisadas sobre terreno ajeno, Ciudad de Dios se construyó en la década de 1960 como un proyecto inmobiliario para personas que habían sido expulsadas de otras favelas.

El lugar se encuentra apenas a unas millas del Parque Olímpico, en el lujoso barrio de Barra da Tijuca. Pese a la escasa distancia entre el barrio marginal y las zonas adineradas, los servicios públicos son prácticamente inexistentes. Algunas zonas de la favela están cubiertas de basura y el hedor de las aguas residuales impregna el aire.

Favelas de Rio.

Pese a su alta densidad de población, a menudo las calles están vacías incluso de día porque la violencia puede estallar en cualquier momento. Los vecinos suelen quejarse de que hay operaciones policiales mientras los niños están en la escuela.

Cuando los residentes salen de la favela para ir a trabajar, parientes y amigos se mantienen en contacto a través de mensajes de texto. Se avisan si hay un tiroteo, en cuyo caso tienen que esperar a que termine para regresar. “Fogo Cruzado” o “Fuego cruzado” es una aplicación gratuita creada por Amnistía Internacional Brasil que ayuda a los vecinos de Río a seguir la pista de los disparos en tiempo real combinando datos proporcionados por usuarios y monitoreando medios sociales.

En una reciente tarde de viernes, un vehículo blindado de la policía apareció de forma inesperada. Gritando para avisar a su familia Thaisa da Silva Ribeiro agarró a su hijo de 4 años, Isaac, que estaba jugando en la puerta de su edificio, y le llevó dentro. La hermana de Isaac, Isadora, de 2 años, parecía aterrada.

Dos niños miran desde la favela Mangueira hacia el estadio Maracaná antes de la ceremonia inaugural de los Juegos Olímpicos el viernes, 5 de agosto de 2016, en Río de Janeiro. (AP Photo/Leo Correa)

“No es posible acostumbrarse a esto, pero por desgracia esta es la rutina en Ciudad de Dios”, dijo Ribeiro, que está embarazada.

Unos minutos más tarde, Isaac lloraba por el episodio mientras Isadora abrazaba a su hermano e intentaba calmarlo.

En las zonas de guerra, niños y adultos pueden sufrir un trastorno de estrés postraumático, ansiedad, pesadillas, insomnio y otros problemas psicológicos.

Se han observado muchos de estos síntomas en los residentes de las favelas, en especial en los niños, según expertos en salud mental de Fiocruz, uno de los principales institutos de investigación de Brasil, que realiza un gran estudio sobre problemas de salud relacionados con la violencia urbana en Río

La ansiedad y la depresión provocadas por la violencia se suman a la sensación de que el estado ha abandonado las zonas pobres, explicó Leonardo Bueno, uno de los investigadores.

“Todo eso aumenta los niveles de enfermedad en una zona”, dijo.

Un factor que aviva las tensiones es la creencia generalizada entre los habitantes de las favelas de que la policía les ve a todos como delincuentes y no tendrá miramientos a la hora de emplear la violencia sin motivo.

Como Ribeiro, el 45% de los residentes de las favelas teme que la policía les confunda con delincuentes, y el 75% cree que la policía actúa de forma más violenta en las favelas que en zonas más adineradas, según un sondeo del Centro por el Estudio de la Seguridad y la Ciudadanía de la Universidad Candido Mendes de Río

Alexandre Henrique da Cruz Correia, de 29 años y que tiene tres hijos, fue baleado hace poco cuando caminaba de casa de su abuela a la suya.

Soldado brasileño en una favela de Rio.

“Pasé junto a la policía, y para cuando llegué al final de la calle me habían disparado dos veces”, dijo Correia, mostrando la zona de su cadera izquierda donde sigue alojada una bala. “No tengo ni idea de dónde vinieron”.

Preocupadas por las balas perdidas, algunas familias tienen planes de contingencia para los tiroteos.

Suzi Souza dos Santos, de 26 años, sus dos hijas y su esposo viven en una pequeña casa de madera en una de las zonas más pobres de la favela. Cuando hay balaceras, la familia se refugia en la casa de una vecina, hecha de ladrillo.

“No tenemos otro sitio al que ir cuando nos vemos en medio del fuego cruzado”, dijo.

Los vecinos del barrio dicen que la crisis económica ha agravado el sentimiento de desesperación. El desempleo en el estado de Río de Janeiro pasó del 4% en 2013 al 13% en 2016, dejando a miles de personas sin ingresos y viviendo en la miseria.

“Río es un caos”, dijo Soares Gonzaga, un extraficante de 46 años que se convirtió en pastor evangélico. “La violencia la ha contaminado”.

Desde hace más de 20 años, Ana Regina De Jesus ofrece comidas gratuitas cuatro días a la semana a los necesitados de su barrio. En un día reciente, solo acudieron unas 60 de las 150 personas habituales debido a una balacera en la zona. Durante la comida se produjo un tiroteo en la zona, lo que hizo que algunos de los comensales dejaran los cubiertos sobre la mesa y escucharan atentos.

“Estas cosas no deberían pasar”, dijo De Jesus, de 58 años. “Pero, ¿qué podemos hacer?”.

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El videoperiodista de Associated Press Diarlei Rodrigues contribuyó a este despacho.

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