A buenas aguas, mejores vinos

Madrid, 4 abr (EFE).- «Si bebo vino aguado / berros me nacerán en el costado», escribió, en el siglo XVII, Lope de Vega; tanto él como Quevedo y otros autores del Siglo de Oro español aluden con frecuencia en sus obras a la costumbre de los taberneros madrileños de «bautizar» el vino mezclándolo y «alargándolo» con agua.

Pero cuando hablamos de la relación entre el agua y el vino no nos referimos a eso. Tampoco al hecho de que, hasta hace bastante poco, era más sano beber vino que beber agua; todos sabemos los problemas que puede traernos un abuso en el consumo de vino, pero es que durante milenios beber agua era arriesgarse a pillar algo malo. Muy malo, incluso.

Por eso Aimeryc de Picaud, autor del «Liber Peregrinationis», parte del «Codex Calixtinus» que explica el itinerario hacia Santiago de Compostela, indicando al viajero gran cantidad de datos sobre el Camino, se detiene más en hablar de aguas que de vinos.

De estos últimos se limita casi a decir en qué comarcas los hay y en cuáles escasean; pero hace un despliegue sobre ríos y fuentes del camino, explicando cuáles se pueden beber sin problemas y con gusto y cuáles pueden darnos un disgusto. Todavía hoy, en según qué países, beber agua no embotellada puede causarnos graves o, al menos, muy molestos trastornos.

En todo caso, tampoco es esa disyuntiva agua-vino la que nos ocupa. El hecho es que el agua, algunas aguas, están muy relacionadas con el vino. Con grandísimos vinos, para ser exactos: algunos de los mejores vinos del planeta se elaboran con uvas cosechadas junto a cursos fluviales bien conocidos. Son ríos de agua, sí, pero también ríos de vino.

Algunos están en la mente de todos. Quién no ha oído hablar de los vinos del Rhin, sean alemanes o alsacianos; quien no conoce, aunque sea por referencias, los vinos del Loira, que le dan tanta fama como sus castillos; los vinos del Ródano, desde el mítico Châteauneuf du Pape a los Côtes du Rhone… Ríos cuyo nombre va íntimamente asociado al de grandes vinos.

No siempre es así. No siempre el vino lleva el nombre del río que le da vida, pero el río está allí. Piensen en los vinos de Burdeos. O en los de Borgoña. O en los Riojas. O en los Oportos. Llevan un nombre genérico geográfico, de regiones o ciudades determinadas. Pero no existirían sin sus ríos.

Burdeos es el Garona. La Gironde, por decirlo en francés; en ambas riberas, la izquierda y la derecha, surgen nombres que todo amante del vino venera: Pauillac, Médoc, Sauternes, Pomerol, Saint-Emilion…

Menos conocido quizá sea el Saona (la Saône), que en realidad es un afluente del Ródano, a cuyas orillas se elaboran algunos de los mejores vinos de la Cristiandad, en esa mágica Côte d’Or que atraviese el río, donde las referencias son del calibre de Chambertin, Montrachet, Clos-Veugeot o La Romanée.

Algo tendrá el agua del Saona (y, naturalmente, las uvas de la tinta Pinot Noir y la blanca Chardonnay) cuando sale de allí lo que sale: vinos que nos acercan a la gloria.

El Rioja se debe al Ebro, y a los cinco afluentes que le entran por el lado de estribor; en España hay otro gran río de vino, éste compartido con Portugal: el Duero (Douro para los lusos), del que nacen los grandes tintos llamados, justamente, de la Ribera del Duero. Y otro de los vinos míticos del planeta, ese invento angloluso que llamamos vino de Oporto (vinho do Porto).

Podríamos seguir, pero creemos que bastará con estos botones de muestra. Parece que tenemos que tener muy claro que donde hay buenas aguas… hay buenos vinos.- EFE

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