Un oasis amarillo aflora en el sur de Ecuador

Fotografía del 29 de enero de 2015 de guayacanes en la población Cazaderos, ubicado en el sur de Ecuador, cerca de la frontera con Perú, en la provincia de Loja. EFE/José Jácome

En el sur de los Andes de Ecuador, cerca de la frontera con Perú, en la provincia de Loja, la zona de Cazaderos, Bolsapamba y Mangahurco, dominada por la sequía durante el resto del año, se convierten en enero en un oasis amarillo por el florecimiento de los guayacanes.

Estos árboles tropicales americanos (tabebuia) producen uno de los espectáculos naturales más emblemáticos de esta parte del país, ya que la enigmática floración cambia la fisonomía grisácea de la región por un amarillo intenso que surge del follaje y se deposita en el suelo como una gran alfombra.

El fenómeno natural ha sido incluso retratado en una de las novelas más importantes de la literatura nacional, «Cuando los guayacanes florecían» (1954), del prestigioso escritor Nelson Estupiñán Bass (1912-2002), cuya obra enarbola la esperanza de los negros ecuatorianos por acabar con una historia de exclusión.

El florecimiento es «un espectáculo natural único, que se presenta una vez al año, si se llega a presentar, lo que además genera misterio e incertidumbre», comentó a Efe el prefecto de la provincia de Loja, Rafael Dávila.

El fenómeno se produce cuando la entrada del denominado invierno ecuatorial, de copiosas lluvias en todo el territorio nacional, también lleva humedad a la región sur y alcanza a la zona de los guayacanes que parecen prepararse para la ocasión.

Los árboles, con las primeras gotas, empiezan a florecer a raudales y sus hojas amarillas caen en cuestión de días en una primavera para esa zona dominada por el bosque seco, recientemente declarada Reserva de la Biosfera de la Unesco.

La zona de los guayacanes, que abarca unas 40.000 hectáreas, se ubica al oeste de la provincia de Loja, azotada por una permanente sequía y ligada al desierto del norte de Perú.

«Hay años en que no llueve y por lo tanto no florecen los guayacanes», aunque lo usual es que llueva al iniciar el invierno en enero y se aprecie el fenómeno natural, agregó Dávila, quien se encuentra empeñado en promover el turismo en esa reserva.

Quien visita la zona en esta época del año, apunta el prefecto, se somete a «una expedición de aventura y a un contacto único con la naturaleza».

Este proceso primaveral apenas dura diez días y luego de ese lapso nuevamente los árboles vuelven al tronco desnudo, a la espera de las lluvias del año próximo.

Los lugareños agradecen a Dios el florecimiento, pues para ellos supone mejorar las cosechas de otros productos que cultivan en sus terrenos, sostiene Dávila.

Sin embargo, asegura que el fenómeno también tiene un halo de romanticismo y misterio que se descubre sólo cuando uno se encuentra en el lugar.

La floración «es romántica, llena de parajes naturales especiales», con algo de misterio por la serie de historias que se tejen a su alrededor y que ahora es acompañada con espectáculos musicales para atraer el turismo, agregó.

«Este es un espectáculo único, en un rincón de Ecuador aún inexplotado, rodeado por mucha naturaleza y donde se disfruta la biodiversidad», apuntó Dávila, que describe al florecimiento de los guayacanes como «una primavera en medio del desierto, un oasis colorido y romántico» pintado de amarillo. EFE

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