El arte de escribir bien se resiste a desaparecer en la India

Los calígrafos apuran sus últimos trazos en la parte antigua de Nueva Delhi, herederos de un oficio camino del olvido, pero el arte de escribir a mano de forma bonita se resiste a desaparecer en la India en la era de los ordenadores.

Aunque los pocos profesionales de la caligrafía que quedan están a punto de jubilarse aún queda quien se ha propuesto enseñar este arte milenario para que no se pierda en un país en el que aún pervive uno de los últimos periódicos que todavía se escribe a mano en todo el mundo.

Mohamad Ghalib es uno de los tres calígrafos que aún se sientan cada día frente a Jama Masjid, la gran mezquita de la capital india, en espera de alguno de los cada vez más escasos clientes.

Sentado con su carpeta de láminas de papel y la caja de latón que guarda tinteros y plumas de bambú en la alfombra de una librería especializada en urdu, lengua común de muchos musulmanes en la India, a sus 53 años sigue fiel a un oficio en el que empezó con 18.

«Esto está casi acabado. Las nuevas generaciones no lo aprenden. Quedan muy pocos a los que les interese. Es un trabajo difícil, que no se aprende fácilmente», asegura a Efe mientras se esmera en sus trazos en negro y rojo sobre fondo blanco.

Ghalib recuerda los tiempos en que «no había ordenadores y se escribían libros y revistas a mano, en varios idiomas», como el urdu o el hindi, una de las lenguas más extendidas en la India.

«El trabajo que queda ahora es escribir póster, poemas o invitaciones de boda. Desde que llegaron los ordenadores, ha bajado mucho», sentencia.

El trajín cotidiano junto al oscuro callejón al que se asoma la librería no altera la concentración del calígrafo, al que solo le quedan otros dos colegas en la parte vieja de Nueva Delhi.

El de los «katib», como se les conoce en la India, es un antiguo oficio que estuvo al servicio de reyes y hoy apenas da ya para vivir en la era de la informática.

Pero no todo está perdido en la India para la caligrafía, palabra tomada del griego para designar el arte de escribir con letra bonita y bien hecha, cuyos orígenes se remontan a los caracteres chinos más de 2.000 años antes de Cristo.

Harish Chander se propuso un día enseñar la técnica de escribir a mano bien y bonito en vista del escaso interés para evitar que muriera esta tradición milenaria y se convirtió en una especie de salvador de este arte.

La academia Caligrafía India que dirige ahora en Nueva Delhi enseña a «estudiantes, profesores y profesionales a aprender este arte», explica a Efe ante un grupo de alumnos.

«Llevo en esto 35 años y espero que la gente lo aprenda e incluso haga de ello su profesión», sentenció mientras guiaba la mano de una de sus discípulas con la pluma sobre un folio en blanco.

Otro de sus aprendices, el ingeniero informático Aman Dally, confiesa que se apuntó al curso «al ver todo el tiempo que pasa la gente frente al ordenador mientras este arte se está perdiendo».

El también ingeniero Deva Samvedan dejó su profesión para unirse a Chander como su ayudante, al comprobar cómo «en la India ni se promocionaba ni se enseñaba adecuadamente hasta que él empezó a hacerlo».

«Ves cómo la gente que viene escribe de forma muy pobre», dice.

La escritura a mano está tan olvidada en el país asiático que incluso las plumas que utilizan, algunas de pavo real, tienen que comprarlas fuera del país a través de Internet.

«Hace falta promocionar la caligrafía, pero es algo que oficialmente no interesa, solo importa la tecnología», lamenta.

Tampoco parece preocuparles demasiado el avance tecnológico en el diario The Musalman, fiel desde 1927 a su estilo hasta tal punto que está considerado uno de los últimos del mundo que todavía se escribe a mano.

«Tenemos tres calígrafos que así lo siguen haciendo», explicó a Efe Syed Arifullah, editor de este periódico vespertino de cuatro páginas escrito en urdu con unos 21.000 suscriptores en la ciudad sureña de Chennai.

Afirma que «no cometen ningún error» aunque «les lleva unas dos horas cada página» antes de mandarla a la imprenta, algo que no parece importarle.

«Es la tradición de la familia y vamos a continuar haciéndolo así», subrayó. EFE (I)

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