Arte rupestre de hace 3.000 años capturó la Vía Láctea

TAIRA (CHILE), 26/08/2018 - Fotografía del 20 de julio de 2018, muestra al curador del Museo de Arte Precolombino, José Berenguer, quien explica el principal panel de pictograbados del Alero de Taira, en un cañón rocoso ubicado unos 75 km al noreste de la ciudad chilena de Calama, en el valle del río Loa, en el norteño desierto de Atacama (Chile). Ubicado a unos 75 km al noreste de la ciudad chilena de Calama, en el cañón del río Loa, los grabados y pinturas rupestres del Alero Taira dan testimonio del diálogo místico de los pastores atacameños con las deidades, a las que pedían fertilidad para su rebaño de llamas representando en las piedras lo que veían en el cielo. EFE/Rubén Figueroa

Taira (Chile)(EFE).- La Llama Celeste que se contempla en la Vía Láctea desde el desierto de Atacama fue representada hace cerca de 3.000 años por los habitantes de la zona sobre las piedras del Alero Taira, un cañón rocoso que esconde una serie de pictograbados en los que comulgan astronomía, magia y naturaleza.

Ubicado a unos 75 km al noreste de la ciudad chilena de Calama, en el cañón del río Loa, los grabados y pinturas rupestres del Alero Taira dan testimonio del diálogo místico de los pastores atacameños con las deidades, a las que pedían fertilidad para su rebaño de llamas representando en las piedras lo que veían en el cielo.

Es el llamado «arte de los deseos» de la zona andina, una forma de comunicación con los dioses en la se configura sobre las piedras aquello que se quiere tener en abundancia, explicó a Efe el arqueólogo chileno José Berenguer, que ha estudiado estas manifestaciones antediluvianas durante los últimos 35 años.

Este conjunto artístico fue divulgado científicamente por el arqueólogo sueco Stig Rydén en 1944, quien describió dos sitios de arte rupestre, ambos ubicados a 3.150 metros sobre el nivel del mar, en las paredes rocosas del cañón que forma el río Loa en pleno desierto.

El sitio principal es el Alero Taira, que se encuentra a unos 30 metros sobre el Loa, en unas paredes de piedra en las que lucen figuras de llamas, aves y otros animales, además de humanos, vulvas, falos y una serie de símbolos que fueron grabados y pintados, mayormente de color rojo, entre los años 800 y 400 antes de Cristo.

La llama, cuya crianza los lugareños habían incorporado a sus medios de vida, junto a la caza y el cultivo, es el animal más presente en las composiciones de arte rupestres de la zona.

La inspiración la encontraban en la constelación oscura de la Yakana, que orbita en la Vía Láctea, y en la que los atacameños veían a la Llama Celeste, la «creatriz» de las llamas.

En menor número aparecen pictografiadas aves con forma de avestruz, flamenco o perdiz, zorros y algún felino, animales presentes en las constelaciones oscuras que orbitan junto a la Yakana, como Yutu (perdiz), Atoq (zorro), Hanp’atu (sapo) y Mach’acuay (serpiente), aunque la visualización de estas dos últimas sobre los paneles de piedra se presta a una interpretación más amplia.

«Es un arte rupestre con una finalidad pragmática. Están intentando conseguir multiplicar los ganamos de llamas y lo que hacen es un gran dialogo con la astronomía, con la Vía Láctea», agregó Berenguer, curador jefe del Museo Chileno de Arte Precolombino.

Ahí ven «no sólo las constelaciones de estrellas sino también las constelaciones de nubes oscuras» en las que perciben «representaciones de animales como la llama, la perdiz o el zorro», detalló el arqueólogo.

La idea de la fertilidad de las llamas impregna cada una de las composiciones pictóricas, si bien la interpretación de que su nacimiento en tierra depende de su «creatiz» en el firmamento, a la que lisonjean plasmándola en las rocas, es solo una de las posibles.

La otra más extendida en el mundo andino es que la maternidad de estos camélidos proviene de los manantiales, de los 16 «ojos de agua» que, a modo de vulvas, surgen en la orilla izquierda del río Loa a su paso por Taira, circunstancia singular en medio del desierto más árido del planeta.

Las representaciones de figuras humanas, vulvas y falos que, en menor medida, aparecen en estas piedras junto a las llamas y demás animales, indican, según Berenguer, que tras estas manifestaciones de arte rupestre subyace no solo la idea de la fertilidad de las llamas, sino también la de la propia reproducción de la sociedad atacameña del momento.

La riqueza interpretativa de estas obras de arte, en estrecha relación con su intrincada ubicación, les confieren una especial singularidad, aparte de su belleza plástica, sobre otros conjuntos pictóricos similares.

«Los motivos representados son extraordinariamente figurativos y el artista está tratando de plasmar lo que ve de una manera realista. La importancia del punto plástico es esa», manifestó Berenguer.

«Pero el significado es muy importante pues resulta que este sitio de arte rupestre es uno de los pocos en los que uno puede entrar en estos niveles de interpretación», acotó el experto, que aspira a presentar un expediente para que el Alero Taira pueda ser declarado Patrimonio de la Humanidad.

El entorno paisajístico de Taira, que nunca pierde en el horizonte la imponente presencia del volcán San Pedro, incluye otros puntos de atracción como el Sirawe, un cerro de arenas de dos colores, marrón claro y negro -a modo de ojo- que se mueven con el viento emitiendo extraños bramidos.

Sobre el Sirawe hay escritas diversidad de leyendas, como la que advierte de que se traga a las personas que se deslizan sobre él o la que dice que en su interior habita la divinidad de la Pachamama, la Madre Tierra.

La magia, una vez más, se manifiesta en el lugar, donde convive con la naturaleza y la astronomía para sellar el encanto diferencial de Taira frente a otros puntos turísticos más conocidos del desierto de Atacama. EFE (I)

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