Por Bernardo Tobar
Así podría titularse una comedia presentada en teatro de medio pelo y también la percha que exhiba lencería sin tapujos, una canción de rock latino, la marca de un bronceador o el rótulo de un conventillo. Ideal título para culebrón venezolano o para un centro de tonificación pre-temporada, de esos que prometen transformaciones sin dietas, cirugías, ni esfuerzo alguno, aspecto este último clave en una sociedad hedonista, que rehúye cualquier sacrificio, por lo que abundan las propuestas del tipo baje de peso sin ejercicio, hágase rico trabajando desde casa, aprenda inglés en 30 días, buen vivir con nueva Constitución…
Pero volviendo a la temperatura y ritmo de la locomoción femenina, que es otra forma de entender el título de estas líneas, es posible también imaginar semejante descripción en un menú de restaurante, aunque mejor vendría en tal caso «piernas picantes», aludiendo así a la inocencia de los sabores antes que a la sensualidad de los andares. No lo veo mucho como nombre comercial de un gimnasio y menos aun como título de un artículo, lo que me llevó precisamente a planteármelo, por el gusto de resistir el parámetro convencional de la tribuna editorial, por ensayar unas líneas tan abiertamente como se comparte un café con un amigo viendo pasar los minutos y, desde luego, algunas piernas calientes.
Gente que se supondría informada lee pocas opiniones, pues muchos padecen una suerte de empacho crónico de tanta y tan mala política, materia que alimenta la monocromía de casi todas las páginas editoriales. Se rehúsan a seguir ingiriendo letra indigesta, de tono apocalíptico, acompañada además con el vaso medio vacío y agrio del comentario estilo denuncia, sin imaginación, aporte constructivo ni hilo estético. Ni por un segundo desconozco la necesidad de la crítica, a veces inevitable, pero temo que ha perdido efecto en el organismo social, como las medicinas que pierden efectividad por haberse dosificado en exceso y sin prescripciones alternativas. Vuelvo a preguntar a mis colegas si leyeron tal opinión sobre aquel tema trascendente y oigo silencio, casi nadie ha ojeado la página, pero si alguien mirando por la ventana advierte «qué buenas piernas», todos corren a mirar con la avidez que despertaría un oasis en el desierto, ¿dónde, dónde…? Las piernas calientes también podrían mirarse como ícono de una forma libre de entender la vida, como suele decirse, en formato más recatado, ande yo caliente y ríase la gente. Porque en esta sociedad políticamente hipertrofiada -excepto en la costa-, ideologizada, polarizada entre izquierdas y derechas, nacionalidades y personas, derechos colectivos y libertades individuales, donde todo, hasta la cultura, pretende imponerse a punta de mayorías, ¡sabia y veneno de la democracia a un tiempo!, tengo la impresión de que el antídoto es el arte, oponer estética al dogma, volver a la simplicidad de las cosas bellas, a la profundidad de las cosas simples, a la conversación conciliadora, inspiradora, desde la vereda de la vida donde brota el piropo existencial.
Y QUE VIVAN LAS PIERNAS CALIENTES !!!
Y QUE VIVAN LAS PIERNAS CALIENTES !!!