Francia recuerda aniversario de Mitterrand

París.- Hombre de luces y sombras, pero sobre todo hombre de Estado, Francia recuerda este viernes a François Mitterrand, el último de sus grandes presidentes, en el 25 aniversario de su fallecimiento.

Mitterrand, el primer hombre de izquierda en llegar a la Presidencia con la V República, dirigió el país durante catorce años (1981-1995), un período complejo de cambios, avances y decisiones controvertidas que transformaron Francia e impulsaron definitivamente la Unión Europea.

Él mismo se definió como un hombre que quería pasar a la Historia, aunque en su largo mandato no dejó de haber sombras y puntos oscuros.

El actual presidente, Emmanuel Macron, visitó hoy la tumba y la casa natal de Mitterrand en su pequeña localidad natal de Jarnac (departamento de Charente, oeste).

«Veinticinco años después de su muerte, el legado del presidente François Mitterrand sigue vivo. Sus dos mandatos continúan regando nuestra historia colectiva», afirmó Macron en un mensaje en redes sociales.

Para Macron, que ya protagonizó en noviembre un homenaje al expresidente Charles de Gaulle en el cincuenta aniversario de su muerte, es una forma de tratar de impregnarse del aura de sus predecesores más ilustres.

Nacido en 1916 y soldado tomado prisionero durante la II Guerra Mundial, Mitterrand fue ya ministro desde 1947, uno de los más jóvenes que ha tenido el país, y formó parte habitual de los Gobiernos de la IV República antes de que De Gaulle llegara al poder en 1958.

Tras muchos años en la oposición al gaullismo, lideró como jefe del Estado una importante modernización y transformación social, económica y cultural de Francia.

La abolición de la pena de muerte, la supresión del delito de homosexualidad, el final de los tribunales militares a puerta cerrada y el final de varios monopolios económicos fueron algunos de los hitos de su mandato.

También fue un importante promotor de la cultura e inició la descentralización de la hasta entonces rígida administración francesa.

En el exterior, fue un visionario de la Europa unida. Ya en 1948 participó en el primer congreso de federalistas europeos que tuvo lugar en La Haya.

Y su papel fue clave junto al canciller Helmut Kohl en el «eje francoalemán» que desarrolló la integración de Europa hasta desembocar en el Tratado de Maastricht (firmado en 1992) que dio lugar a la Unión Europea y la creación de la moneda única, el euro.

«EL NACIONALISMO, ES LA GUERRA»

Convencido de que la unidad europea daría paz y estabilidad al continente, proclamó «el nacionalismo, es la guerra» ante el pleno del Parlamento Europeo en su discurso de despedida, en enero de 1995.

En el lado económico, en los primeros meses de su mandato con comunistas en el Gobierno y dentro de su búsqueda de una alternativa al capitalismo, promovió la nacionalización de toda la banca y los seguros y del 60 % de la gran industria, antes de darse cuenta de que el Estado no podía gestionar bien esas empresas, y que estaba arruinando las cuentas públicas.

Después, acabó impulsando medidas de apertura económica como la creación de los primeros canales privados de televisión o el fin de algunos monopolios del Estado, como el de telecomunicaciones.

También fue promotor de las llamadas «grandes obras», construcciones de alto simbolismo como la Pirámide del Louvre, la Geoda del Parque de la Villette o el gran Puente de Normandía.

Mitterrand «estaba fascinado por la Historia. Quería entrar en ella», explica a Efe Vincent Martigny, profesor de Ciencias Políticas de la Escuela Politécnica de París y de la Universidad de Niza.

En este sentido, Martigny destaca una frase suya: «Quiero arañar el tiempo». Y, 25 años después, cree que lo consiguió, ya que considera que Mitterrand es «el último de los grandes presidentes. Él y De Gaulle están por encima de todos los demás».

LUCES Y SOMBRAS DE UN LARGO MANDATO

Pero al lado de todo esto Mitterrand, el último jefe de Estado que tuvo dos mandatos de siete años -ahora son de cinco- acumula numerosos puntos oscuros, que muestran una personalidad de muchas facetas, tanto a nivel personal como político.

Desde su historial como colaboracionista a la vez que resistente durante la II Guerra Mundial y sus amistades con ultraderechistas en los años 30 y 40, a cómo escondió al país durante casi once años el cáncer que acabó costándole la vida, detectado pocos meses después de llegar al Elíseo.

O cómo siendo ministro de Justicia (1956-57) avaló numerosas y controvertidas ejecuciones de condenados a muerte durante la guerra de independencia de Argelia (1954-62).

También, ya en el poder, están los escándalos de financiación ilegal del Partido Socialista, la revelación de la existencia de su hija secreta, Mazarine -nacida en 1974 de una larguísima relación extramatrimonial-, o el ataque con bomba en 1985 por los servicios secretos contra un buque de Greenpeace que protestaba contra los ensayos nucleares franceses en el Pacífico.

Todo esto muestra «una personalidad política extremadamente compleja», reconoce Martigny, para quien no hay que mirar a Mitterrand simplemente como un político socialista. «La dimensión socialista era una más de sus facetas».

De hecho, para su reelección de 1988 Mitterrand apeló más a su figura y al ideal de una Francia unida, en un intento para superar la herencia de su propio partido.

El politólogo resume: «Era más un hombre de Estado, la gestión del Estado pasaba por encima de todo. No era un hombre apegado a las ideologías». EFE

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