
Quito, Ecuador
Si, como sostenía Robert Michels, las organizaciones políticas terminan, indefectiblemente, siendo controladas por una minoría, el meollo de la democracia no es otra cosa que la calidad y renovación de las élites políticas.
Las elecciones sirven para legitimar la dirección de los asuntos políticos por parte de los miembros de dicha élite, pues la democracia, como pensaba Joseph Schumpeter, no es el gobierno del pueblo, sino el gobierno con el apoyo del pueblo.
Dada la gravedad de su misión, las élites políticas están obligadas a realizar los valores de la excelencia, entendida como condición y proyecto.
¿Por qué anda tan mal la política en el país?, porque se ha convertido en una empresa de aprovechados y advenedizos. No es la búsqueda de la excelencia lo que define a nuestros políticos, sino la vulgaridad. Estas almas toscas, que se han metido a políticos para hacer negocios y comer guatita exhibiendo un Rolex, son las que hacen parte de la élite política: la aristocracia de los peores, esa paradoja.
¿Qué han tenido que hacer estos políticos para llegar a donde están? ¿Qué están dispuestos a hacer para prosperar? Las respuestas ya las sabemos. Y hacer sociedad con narcotraficantes y otros criminales es una de las medidas que, según nos han demostrado, están dispuestos a tomar cada vez que les convenga.
Una política abierta al crimen es lo que le han dado al país las organizaciones que lo han gobernado y pugnan por gobernarlo. Eso le han entregado los socialcristianos, los correístas, los pachakutiks y el largo etcétera de las organizaciones políticas ecuatorianas.
Se necesita una limpieza. Eso es indudable. Pero necesitamos, también, auténticas élites. Y esto exige un cambio cultural profundo. Hablamos de un proyecto de excelencia, que no es, ciertamente, una búsqueda del certificado ISO no sé cuántos ni una oportunidad para que los burócratas nos abrumen con sus matrices en Excel. Hay que crear nuevas costumbres. Y eso se logra a través de ejemplos.
Los casos “Purga” y “Metástasis”, más que la evidencia de lo embarrada en el crimen que está nuestra política, son una oportunidad para crear costumbres políticas más sanas, castigando a los culpables como se merecen. No la desperdiciemos.
