
Guayaquil, Ecuador
Ayer compré por primera vez en mucho tiempo un paquete de velas. Pero no he venido a hablar de los apagones, sino de algo que recordé mientras pagaba, y ya verán por qué.
En 1845 vivía un astuto economista francés llamado Frédéric Bastiat. Por aquel entonces, los productores de naranjas de Francia reclamaban al gobierno que no permitiera la importación de naranjas desde Portugal, ya que eran muy baratas y representaban una competencia desleal que acabaría con su negocio. Alegaban que, con tantos franceses que trabajan en la producción de naranjas, muchas familias se verían arruinadas si el mercado era invadido por naranjas portuguesas que costaban la mitad. Fue tal la campaña que lograron convencer a quien tenían que convencer y se prohibió la importación.
Bastiat, frustrado ante semejante privilegio, tuvo una idea maravillosa. Se propuso redactar, como si fuera un representante del gremio de fabricantes de velas, una solicitud a la Cámara de Diputados de Francia en la que demandaba algo parecido a esto:
Señores diputados: A ustedes, que dicen preocuparse por la suerte del productor local y le quieren librar de toda competencia extranjera para promover el trabajo nacional, venimos a presentar una oportunidad única para aplicar su política. Exigimos que prohíban en toda Francia las ventanas y balcones, porque nosotros, que nos dedicamos a producir iluminación durante las noches, competimos durante el día con un competidor extranjero imposible de superar, que es el sol.
Si rechazan las naranjas portuguesas porque su costo se aproxima más a cero, ¿cómo podrán negarse a prohibir la luz del sol, que es gratuita durante todo el día? Hasta ahora hemos visto como ustedes, siempre que algo se produce más barato en el extranjero, impiden su importación para proteger la producción local.
Y no se atrevan ustedes a invocar los intereses de los consumidores, porque jamás han fijado su atención en las preferencias del consumidor, ni en los precios artificialmente altos que estos deben pagar por productos que, importados, serían más baratos. Ustedes han concedido a los productores un mercado cautivo. Han hecho de los consumidores rehenes de un oligopolio.
Entonces decidan, pero sean coherentes, porque así como con otras industrias han sido proteccionistas cuando la competencia produce más barato, no hacerlo en este caso sería el colmo de la incoherencia.
Con un brillante sentido del humor, Bastiat acababa con la falacia de la protección a la industria nacional. Llevando el argumento hasta sus últimas consecuencias, nos permitió ver no solo lo ridículo del discurso de las industrias prebendarias, sino lo perjudicial que políticas de este estilo resultan para muchos ciudadanos de a pie que, sin darse cuenta, apoyan recetas económicas que los empobrecen.
Quienes soportamos restricciones proteccionistas debemos destinar más recursos para pagar por productos de producción local que bien podríamos comprar más baratos si se pudieran importar libremente, es decir, sin aranceles ni otros impuestos que encarecen las importaciones como el impuesto a la salida de divisas.
La protección a los productores nacionales, que es un asalto encubierto al bolsillo de los compradores, responde ciertas veces a un discurso nacionalista que los políticos canjean por unos cuantos votos, pero detrás siempre están los intereses particulares de sus beneficiarios.
Querido lector, son estos intereses privados aliados a la política los que te hacen más pobre. Debemos abandonar el cacareado «Primero Ecuador» y preocuparnos primero por los ecuatorianos, sobre todo por los más pobres a quienes estas vivarachadas les arrebatan su ya escaso poder de consumo.