
Naples, Florida
La pérdida de relevancia del Socialismo del Siglo XXI (SS21) en Ecuador ha sido constante, y en las últimas elecciones se ha tornado irreversible. En las cuatro contiendas más recientes, el electorado ha favorecido sistemáticamente a los candidatos más firmemente asociados con la defensa de la dolarización. Rafael Correa lo entendió con claridad: la dolarización era el mayor obstáculo para su proyecto político. Repudiar la institución más importante en la historia económica reciente del país ha sido, para el SS21, su talón de Aquiles.
La dolarización es el yunque que hunde al SS21. Las derrotas consecutivas y el rechazo ciudadano a la postura antidolarizadora son un ejemplo de “deriva institucional”, concepto desarrollado por los premios Nobel de Economía Acemoglu y Robinson. Cuando una institución inclusiva y sólida como la dolarización se arraiga en la economía, se vuelve inmune a la manipulación de las instituciones extractivas, como los bancos centrales y hasta el propio SS21.
En un intento por alejarse de su reputación, el SS21 propuso “hacer del dólar la moneda nacional del Ecuador”. Vale repetir esa frase: el SS21 pretendía hacer del dólar la moneda oficial de la economía. Una afirmación inverosímil al menos que se considere el nefasto fin por lo cual lo hacían. Lo que en realidad buscaban era institucionalizar la figura del “ecuadolar” y abrir la puerta a una expansión discrecional del circulante.
El objetivo era claro: declarar oficialmente al dólar como moneda nacional para legitimar la expansión de los medios de pagos con una moneda paralela. Así, mientras los verdaderos dólares se fugaban por efecto del comercio exterior, los “ecuadólares” inundarían el mercado con un efecto inflacionario, financiados con las mal llamadas “reservas” del Banco Central, convertidas nuevamente en botín político.
El intento por desvincularse de la desdolarización también se evidenció en la exclusión de Andrés Arauz, ex candidato presidencial y binomio vicepresidencial de Luisa González en la primera campaña contra Noboa. Su postura antidolarizadora fue uno de los puntos más importantes en su contra, catapultando a Guillermo Lasso a la presidencia. Su rol como binomio con Luisa tampoco pasó desapercibido y en esta elección fue casi desterrado. Sin embargo, Diego Borja —el nuevo compañero de fórmula— arrastraba el peso de haber escrito un panfleto académico a favor de la desdolarización. El destino del SS21 estaba sellado y los “compañeritos” lo sabían, por eso intentaron al último minuto enarbolarse como defensores de la dolarización declarando al dólar moneda nacional.
De la elección se extrae una lección clara: para triunfar en Ecuador, los proyectos políticos deben alinearse con la dolarización. Más aún les conviene defenderla, profundizarla y mejorarla. Quienes se presenten como sus paladines pueden obtener un importante respaldo popular. Con ese apoyo, es posible emprender reformas reales y necesarias, desde ajustes regulatorios hasta cambios estructurales, incluso constitucionales. Una nueva constituyente parece inevitable, y sería deseable que esté orientada a eliminar entes nefastos como el CPCCS —el Consejo de Participación Ciudadana y Control Social— que, como demuestra el escándalo de la Liga Azul, encarna la advertencia de Lord Acton: el poder absoluto corrompe absolutamente.
No obstante, se puede avanzar sin necesidad de una constituyente inmediata. Entre las primeras reformas está la redefinición de las funciones del Banco Central. En una economía dolarizada, el Banco Central no cumple funciones esenciales que no puedan ser reemplazadas. Además, concentra riesgos innecesarios al acumular la liquidez del sistema financiero y del estado. Sus funciones pueden distribuirse entre el sector público y privado, liberando talento técnico para fortalecer la supervisión financiera.
Otra medida esencial es la apertura comercial y financiera. Esta última debe acompañarse de la profesionalización del control financiero, una tarea para la que los exfuncionarios del Banco Central podrían estar bien capacitados y que ha sido entorpecida por la existencia del CPCCS y la separación de las superintendencias. En el ámbito comercial, urge eliminar trabas burocráticas a través de reglamentos o disposiciones secundarias en línea con estrategias de oferta como las aplicadas en Argentina por Javier Milei.
Igualmente, debe derogarse el Impuesto a la Salida de Divisas, un anacrónico control de capitales en una economía dolarizada. Aunque la eliminación del impuesto reduciría ingresos fiscales, esta pérdida podría compensarse —temporalmente— con un impuesto a las exportaciones, que debería – como todo impuesto – tener una fecha de caducidad. Aunque parezca paradójico, en un contexto dolarizado es menos nocivo gravar exportaciones que importaciones. La “pérdida de peso muerto” es más grave con impuestos a las importaciones, pues encarecen insumos y restringen competitividad.
Pero hay una advertencia: mientras exista el Banco Central con poder de centralizar fondos, cualquier reforma corre el riesgo de devolverle protagonismo. Por eso, si se quiere blindar definitivamente la dolarización, la única solución es eliminar el Banco Central.
Alinearse con la dolarización no solo es popular: es una receta ganadora. El nuevo gobierno tiene la oportunidad histórica de consolidarse como su defensor, y de realizar las reformas necesarias que impulsen a Ecuador hacia un modelo más estable, abierto y moderno —y eliminando para siempre las trampas del populismo monetario.
