Constituyente, una oportunidad para ser libres

Emilio H. Morocho Abad

Guayaquil, Ecuador

La nueva Constitución, el tema que nunca acaba en país acostumbrado a cambiarla cada que vez que puede. Parece que no hemos aprendido de las grandes potencias al tener una sola carta magna duradera, creando seguridad jurídica y, con ello, atraer capitales al país. Eso SÍ solucionaría los problemas que atañen la vida de los ecuatorianos.

Durante la reciente campaña electoral era ya entendible que aquellos que se venden como “la nueva política” digan que llegar a una nueva Constitución es necesario, y es entendible políticamente si tenemos en cuenta que la actual fue redactada por sus acérrimos rivales. Lo ridículo fue ver a los autores de la actual carta magna proponer un proyecto constituyente, dejando expuesto que ésta ya no les favorece o simplemente les queda corta. Esto y más vamos a analizar en la siguiente columna.

Un juego deja de ser honesto cuando alguien pasa cambiando las reglas cada que puede. Eso siempre le dejará un mal sabor al resto de participantes, incluso saliendo algunos a gritar con indignación: “están haciendo trampa”. Y es entonces donde debemos plantearnos una situación, queremos una Constitución para los próximos 10 años o para los próximos 50, una que responda a los intereses privados de un caudillo o una que busque sentar las bases de una sociedad libre, una que engrose al Estado o una que lo limite.

Previo a redactar estas líneas medité aquello, y mi conclusión fue que es necesario ir a una nueva Constitución, pero que ésta sea una en la que se valore más la libertad por sobre el “Estado de Bienestar”, ya que está probado por experiencias internacionales que éste se puede conseguir solo a través de la libertad individual y el gobierno limitado.

Hemos vivido engañados durante toda la vida, partiendo por el sistema educativo donde nos planteaban al Estado como nuestro mejor amigo y el gran garantista de derechos, creando en nosotros un subconsciente estatista que justifique sus abusos y vea como única opción que los llamados “sectores estratégicos” sean públicos, cuando existe evidencia empírica que sostiene que, mediante la privatización de diversos de ellos, todo puede marchar de mejor manera. En ese sentido, el problema por supuesto que está en la Constitución y en su defensa de los “derechos” impagables para un país débil económicamente.

Expuesto esto, claro que ratifico mi posición de cambiarla, eso incluso no entra en discusión ya que es de conocimiento público que en demasía es lo que la ciudadanía solicita. Lo que debemos promulgar y defender es que en esta constituyente no se priorice los intereses de colectivistas ni de los que buscan impunidad. Se debe tener en cuenta que, si en serio queremos que el país prospere, la única vía que existe es que mediante la constituyente nos volquemos a reducir de forma radical el Estado, eliminando desde ministerios ineficientes hasta subsecretarias sin sentido y consigo todo el empleo militante. Con esto podemos darle algo de oxígeno a nuestra economía asfixiada.

Además de ello, es necesario que nuestra nueva carta magna contenga prohibiciones claras que permita evitar políticas antieconómicas como el control de precios, del mercado de capitales y el aumento desmedido de impuestos. Cuando dije que los cambios deben ser drásticos, a esto me refería. Un país cuya economía sea controlada por el mercado -oferta y demanda- y su sana competencia, por la libre voluntad de sus ciudadanos de vivir y elegir su estilo de vida en función del fruto que sus trabajos -y lo planteo en plural porque el empleo por horas debe ser una realidad- se los permita y no como el statu quo se lo indique. 

Y sé perfectamente que esto que planteo puede que asuste a muchos, o digan que eso nos haría daño, sin embargo, han sido medidas que, siendo honestos, jamás se tomaron de forma seria, ¿cuál es el miedo entonces si nunca lo hemos intentado? Lo que si hemos intentado y hemos fracasado en ello fue eligiendo constituciones de tintes socialdemócratas -centro izquierda-. Además, es probable que la que venga acabe siendo de igual tendencia, extinguiendo la posibilidad de cambio y haciendo lo mismo que tanto daño nos hace.

El pueblo clama por aires distintos, entonces es el turno de una constitución cuyo único y fundamental principio sea la libertad individual como medio y fin, como única opción viable y real para lograr el tan ansiado progreso. Sino se opta por esto, pues no se quejen si tenemos otra constitución, quizás algo distinta, pero que no logre cambiar casi nada la situación actual.

La realidad de un país solo cambiará cuando las reglas fracasadas de éste se reformen sustancialmente, no cuando solo se renombren.

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