Doctrinas políticas

Joselo Andrade

Guayaquil, Ecuador

Desde hace más de veinticinco siglos, la reflexión humana se ha planteado de forma sistemática la tarea de encontrar respuesta a las siguientes interrogantes: ¿cuál es aquella forma de orden social que hace posible la convivencia pacífica? ¿Qué tipo de sistema político sienta las bases para nuestro desarrollo y prosperidad? ¿Qué debemos hacer los seres humanos para dar con la respuesta a estas preguntas?

Desde luego, estas preguntas se han respondido de mil maneras diferentes, dando lugar, a lo largo de nuestra historia, a lo que conocemos como doctrinas políticas.

Ahora bien, ¿cómo medir la eficacia de las diferentes respuestas planteadas? ¿A partir de qué criterios sostener que hemos dado con una respuesta razonablemente adecuada? ¿Qué tipo de sistema es aquel que, a la vez, nos permite coexistir o convivir (concepto más ambicioso), prosperar y preservar nuestra libertad? Aquí algunas pistas.

Entre las distintas doctrinas encontramos aquellas que colocan a “algo” por encima del “individuo”, siempre bajo el pretexto de que nos hallamos ante una especie de “bien superior” que vale la pena alcanzar, aunque en el intento el “individuo y sus derechos” sean borrados de la faz de la tierra. A todas estas “doctrinas” podemos denominarlas doctrinas colectivistas.

Entre ellas se encuentran: el socialismo, el nacionalsocialismo, el fascismo y el comunismo. Huelga decir que todas ellas son doctrinas totalitarias. Por oposición, hallamos aquella que coloca al ser humano (el individuo de carne y hueso) y sus derechos por encima de cualquier “otro bien”. En esta última categoría recae el liberalismo.

¿Cuáles son estos bienes perseguidos por las doctrinas colectivistas o totalitarias? Respuesta: “los que promuevan o decidan el partido o sus líderes”. Lamentablemente, como nos lo muestra la experiencia, bajo esta categoría encontraremos “la justificación de los más grandes horrores que la historia humana ha registrado”.

En contraposición a las doctrinas colectivistas, el liberalismo (clásico) ha demostrado ser, por mucho, la corriente de pensamiento que preserva y promueve el comportamiento civilizado. Es el sistema que permite al individuo perseguir su proyecto personal de vida y defender, de forma simultánea, el proyecto de los demás. Es una doctrina que, basada en la experiencia humana, da respuestas a los problemas propios de la coexistencia. De sus postulados se desprenden ideas tales como: “Mi libertad y derechos terminan ahí donde empiezan los tuyos”.

Bajo la premisa liberal, “las ideas colectivistas o totalitarias” no pueden atropellar, violar, ni conculcar los derechos del individuo. Es decir, los de la persona que en realidad existe. Menciono esto último porque todas las demás nociones propuestas por cualquiera de las variantes colectivistas son una construcción intelectual humana, carente de realidad. “Pueblo” es “una representación”, mientras que “Juan” es una persona que respira y transita por el mundo real.

Por último, prometiendo, en una siguiente entrega desarrollar más estas líneas. La mejor respuesta humana a la pregunta de ¿cuál es aquel sistema que nos permite convivir de manera pacífica? es la de un sistema basado en la libertad.

Seguimos conversando.

Más relacionadas