Humildad de expresión

Un plantón de los empleados de diario El Universo, el 17 de febrero de 2012, para exigir libertad de expresión. Foto: API

Andrés Erráez Cobos

Guayaquil, Ecuador

Solemos pensar que es nuestro derecho expresarnos. Sin embargo, como mencioné en el artículo anterior (Libertad y derecho), hay cosas que el Estado no nos puede otorgar. ¿Por qué el Estado debería permitirnos expresarnos? ¿A alguien le conviene que no sea así? Preguntas aparte, este artículo intentará abordar la expresión ejercida desde la humildad, para que sea libre y no condicionada, tanto por elementos externos como internos.

¿Qué es la humildad? Se dice que la humildad es una virtud tan tímida que, cuando te das cuenta de que la tienes, ya la perdiste. La humildad es la aceptación de uno mismo: qué tan alto llega y qué tan alto no puede llegar. Es muy importante para el ejercicio de este valor que escuchemos antes de hablar; escucharse a uno mismo significa abrirse a las realidades inmediatas y constantemente olvidadas de nuestra ignorancia, parcialidad, indiferencia, intereses, entre otros sesgos que limitan nuestra libertad de expresión.

Pero también significa aceptar con gratitud qué tengo para aportar al mundo, y tener claro que el saber no es un privilegio sino una responsabilidad. Compartir el conocimiento —me atrevería a decir— es más importante que compartir el dinero. Ser humilde significa aceptar la sabiduría de uno, las capacidades analíticas y discursivas que empleamos diariamente para ser libres de expresarnos —o intentar serlo.

En otras palabras, la humildad es el equilibrio. Reconocerse acertado sin vanagloriarse, reconocerse errado sin martirizarse. Para continuar con las necesidades que tenemos al momento de ejercer este “músculo”, es necesario hablar del pensamiento crítico, un elemento algo descuidado estos días por la vertiginosidad con la que hemos erróneamente asumido la libertad de expresión; todos quieren opinar, todos quieren hablar, pero, ¿todos saben hacerse las preguntas correctas?

El pensamiento crítico, por ejemplo, hacia un artículo, va más allá de criticar tal o cual aspecto de su argumentación o ejemplificación. ¿A qué se refiere con extrema derecha? ¿A qué se refiere con democracia? ¿A qué se refiere con elecciones? Son preguntas superficiales en relación con: ¿Por qué escribe? ¿Por qué lo hace ahora? ¿Qué pretende con sus argumentos? Nos solemos perder en la locuacidad del criticismo superfluo, sin ponernos a pensar en quién es el que dice qué cosa y por qué lo dice en este momento.

En ese sentido, la humildad nos alumbra la habitación y nos reconoce incapaces de asegurar los motivos detrás de un escrito —suponiendo que no conocemos íntimamente al escritor—, lo cual nos permite observar con mayor amplitud y detalle. La academia y la sociedad, en ocasiones, pretenden desvincular al artista del arte, pero olvidan que el artista es el arte, así como el escritor es el escrito. En palabras del polémico teórico Michel Foucault, en El orden del discurso: “en lugar de tomar la palabra, preferiría dejarme envolver por ella.”

Necesitamos comprender pronto las palabras que nos envuelven, porque en una estocada de orgullo podemos esgrimir discursos con los que nunca estuvimos de acuerdo en primer lugar. Pero, como necesitábamos hablar, olvidamos que alguien necesitaba escucharnos; olvidamos que alguien necesitaba ser escuchado. Es en esa escucha y en sus necesidades subyacentes donde realmente nace la necesidad de hablar y decir: “esto está pasando” o “aquí estoy”.

Aunque hay muchas personas que sienten esa necesidad de alzar su voz, pocos la saben canalizar apropiadamente, quedando a expensas de paupérrimas y desgastadas consignas medianamente coherentes. Luchamos, ¿sabemos por qué? Hablamos, ¿sabemos por qué? Vivimos, ¿sabemos por qué? La vida misma es una expresión del amor infinito de algo más grande que nosotros mismos. No carece de sentido, no carece de lógica, no carece de humildad, no carece de libertad. ¿Por qué nosotros sí?

Insto a los lectores de este artículo a preguntarse más y a abrirse a la posibilidad de que la libertad, al igual que la ciencia, comienza con preguntas, no con respuestas. ¿Quieren ser libres de expresarse? Sean libres de lo que han construido y pensado que son. Sean lo suficientemente humildes para reconocer que el silencio ante la ignorancia no es indiferencia, sino la búsqueda de qué realmente necesita ser expresado, de quién necesita escucharlo, de por qué necesita ser expresado.

Y saber que quizás nuestra respuesta será insuficiente. Quizás algunos no la escucharán. Quizás el mundo no va a cambiar antes del anochecer de nuestras vidas. Consiste en eso la humildad: en despojarnos de las grandes pretensiones de las que no somos capaces y contribuir con lo pequeño que sí podemos labrar, y que, casi de manera irónica, suele convertirse en justo lo que alguien necesitaba escuchar.

La palabra es una responsabilidad conmigo mismo, con mi familia, con mis amigos, con mis enemigos y con aquellos que jamás he visto ni veré. Usémosla con sabiduría y enseñemos a los demás la capacidad de equivocarnos y aprender de ello. Aprendamos la humildad de expresión para ser realmente libres, y ayudar a nuestro prójimo a serlo también.

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