
Quito, Ecuador
La democracia es el “gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”, como la definió Abraham Lincoln en su célebre discurso de Gettysburg el 19 de noviembre de 1863 en medio de la guerra civil estadounidense.
En ese contexto, Lincoln apelaba al ideal democrático de preservar la unión y afirmaba que la representación popular debía estar al servicio del colectivo. Son ideales que marcaron época; sin embargo, hoy la democracia encuentra en las redes sociales una herramienta poderosa para fortalecerse pero también un riesgo latente que amenaza con subsumirla en las tendencias del día a día.
En su momento, el internet revolucionó el mundo. Pasó de ser accesible para unos pocos, un sueño para otros, y hoy, en algunos países, incluso se lo considera un servicio público. Es tal su acogida social que, en el ámbito político, son las redes sociales las que permiten influir e incluso manipular. Pueden determinar el resultado de elecciones populares, sostener o debilitar la gobernabilidad de un líder o un parlamento, y también se utilizan para desprestigiar políticas gubernamentales o, con mayor frecuencia, a las personas y su dignidad.
Su arraigo en la sociedad es tal que lo que se dice en redes suele asumirse como verdad. Basta con que algo se convierta en tendencia para que surja, casi automáticamente, el imperativo de alinearse con esa corriente, sin espacio para el cuestionamiento.
Por supuesto que la democracia es un concepto robusto, capaz de perdurar en el tiempo. Pero no siempre se trata de subsistir, sino de cómo permanece. Si su núcleo es el pueblo al servicio del pueblo, entonces siempre dependerá de cómo ese pueblo se materializa en una civilización determinada. Del razonamiento del electorado y, posteriormente, de los gobernantes, se fortalece o debilita un Estado. Se acuñan políticas públicas que pueden beneficiar o perjudicar al mismo pueblo y a la dignidad de las personas.
Siempre existirán excepciones: personas que utilizan las herramientas disponibles para buscar el bien común. Pero hoy no basta con hacer el bien ni con buscarlo; hay que explicarlo. Y eso tampoco es suficiente, porque lo importante —al menos en la experiencia ecuatoriana— parece ser quién acapara rápidamente las redes sociales e impone una narrativa que le permita tener la primicia frente a sus adversarios. Así, la noticia se fortalece y la idea se refuerza.
De este modo, un plan de gobierno, una política pública o un ente gubernamental será juzgado favorable o desfavorablemente según la conversación, la publicidad y la acogida que reciba en redes sociales. Por ello, Laura Manley, en su obra Impacto de las redes sociales en la democracia, afirma que “las redes sociales tienen un impacto profundamente negativo en las democracias, al fomentar la desinformación, la polarización y la manipulación de los usuarios”.
En la coyuntura nacional, los videos bailando por tik tok importan más que la trayectoria, experiencia o nivel académico que un político puede aportar. Por eso la democracia del Ecuador, se basa mayoritariamente en el gobierno de las redes sociales. Esto no quiere decir que el internet y las redes pueden ser herramientas útiles e instructivas, el problema es que como sociedad las hemos convertido en una necesidad y una droga que nos ciega de los temas importantes. De esta forma, no importa el contenido de la democracia, sino cómo se representa en redes.
Recordemos que Jaime Roldós Aguilera dijo: “La democracia no es simplemente el derecho al voto, sino el derecho a vivir con dignidad”. Pero es el pueblo quien debe ser consciente, racional y educarse para construir una democracia robusta. La respuesta está en nosotros, las personas. De cómo forjemos nuestra democracia, cómo manejemos las redes y si estas serán una herramienta de fortalecimiento social o de deterioro colectivo.

No olvidemos: la democracia es el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo. Que eso signifique algo depende —para bien o para mal, irónicamente— del mismo pueblo.
- Steven Vilema es parte del colectivo Dignidad y derecho.