Guayaquil, Ecuador
Ahora que se plantea en la Consulta Popular Ecuador 2025, la idea de reducir el número de asambleístas cabe preguntarse si esto mejora o reduce el problema de representatividad, e incluso si no debería de importarnos.
Empecemos por plantear el escenario. Si fuese cierto que cada grupo o colectividad debería de contar con un representante en orden a ser representado, la lógica de este argumento nos debería llevar a sostener lo siguiente: Los manabitas (habitantes de la provincia de Manabí) deberían de contar con un representante, caso contrario no verían sus intereses debidamente representados, los de Esmeraldas lo mismo, los del Oro, los de Loja y así una a una con todas las provincias del país, pero ello no termina ahí.
Bajo este mismo supuesto, los discapacitados deberían contar con un representante, los indígenas, los extranjeros, los pobres, los bajitos, los negritos, los católicos, los no católicos, los evangelistas, los ateos, los laicos, los militares, las mujeres, los niños, los adolescentes, los gorditos (y ahí sí también las gorditas), pues para velar por sus intereses cada uno debe tener su propio representante.
Es decir, cada grupo debería contar con aquel personaje que sea “la voz de los que no tienen voz”, una especie de entramado en el que aquel que no cuenta con su representante verá sus “intereses perjudicados”. Sin embargo, como ya podrán ir deduciendo esta lógica aunque aparentemente razonable, es absurda.
El planteamiento anterior, supone que aquel grupo que no enviase algún representante a la Asamblea Nacional casi necesariamente perdería en el juego de la democracia, y lo que es peor, que de seguir esta línea argumentativa, cada diferencia, contingencia humana, particularidad grupal o individual debería llevar aparejada necesariamente quien la represente, con lo cual la Asamblea se llenaría de tantos representantes, como infinitas son las características humanas o grupales.
Para que no quede duda alguna, según los miembros de la comunidad LGTBI cada uno de los no clasificados (no binarios) deberían también contar con quien mire por sus intereses. Desde luego, dentro de los valores entre uno y cero, las posibilidades son tantas como sentires o autopercepciones existan.
Ahora bien, el error está en suponer que se debe llegar a legislar por intereses, y no en función de derechos individuales. En creer que si no tienes alguien adentro de la asamblea, nadie mirará por ti. En creer, que sobre intereses versa la legislación cuando el asunto debe ir por otro lado.
Despierta que voy a hacer una afirmación fuerte: Si en el congreso se busca como principio el imperio de la ley (que nadie, ni grupo alguno esté por encima de ella), y que todos seamos tratados de la misma forma ante la ley resultará que no importa si tu aparente grupo o característica personal no se encuentra “representada” en la Asamblea. Estarás representado por la sencilla razón de que seas bajito, gordito, rico o pobre, mujer o no binario, religioso o no, tendrás el mismo trato en cuanto a la ley se refiere.
Es decir, no importa si bienes del norte, del sur o vives en el extranjero, tampoco tu condición social, ni religiosa, el color de tu piel o tu orientación sexual siempre gozarás del mismo trato ante la ley. Es decir, en lugar de legislar para las diferencias, terminamos legislado para todos, pues lo importante es tu condición de ser humano y no una supuesta particularidad. A partir de ahí la lógica actual de la representación deja de ser importante.

Terminando, derivado de lo último, los grupos de interés o presión dejan de tener razón de ser o los incentivos necesarios para organizarse. Con ello al parar de legislar para particulares intereses, todos terminamos representados.
Seguimos conversando.
