Quito, Ecuador
La derrota de Guillermo Lasso en el referendo de 2023 fue el momento en que el telón cayó, no por un acto final apoteósico, sino por falta de público. Su gobierno, sin un libreto claro, terminó improvisando hasta quedarse sin voz; el encanto y las alianzas se evaporaron, y lo que quedó fue un desfile de crisis que nadie asumió. Dos años después, Daniel Noboa camina por el mismo escenario.
Su propia derrota en la consulta popular, el aumento del IVA, la eliminación del subsidio al diésel, el conflicto con la Corte Constitucional y el malestar creciente en las calles anuncian una obra parecida, con otro actor y un público más impaciente. No hablamos de dos líderes aislados, sino de un país que los moldea y los repite.
Ruptura y aislamiento
Lasso empezó perdiendo a quienes lo llevaron hasta la puerta del poder. Noboa, más joven y moderno, repitió el patrón con menos paciencia: irritó a la Corte Constitucional, desconcertó a empresarios, se enemistó con autoridades locales y confrontó a las comisiones legislativas, bloqueando su propia fiscalización.
Desde ahí avanza entre fricciones institucionales que erosionan la legitimidad del sistema. La convocatoria a una Constituyente sin dictamen previo, la presión sobre el CNE y el choque constante con la Corte Constitucional muestran a un Ejecutivo dispuesto a tensar las reglas para sostenerse, y cuando el poder juega con la institucionalidad termina perdiendo algo más que la partida: pierde confianza.
A falta de alianzas, terminó inventando adversarios. Y cuando un Ejecutivo se queda sin interlocutores, es como un cantante sin micrófono: abre la boca, pero nadie escucha.
Confrontación con el movimiento indígena
Lasso convirtió a Leonidas Iza en su antagonista de cartel. Noboa repite el libreto sin siquiera afinarlo. La eliminación del subsidio al diésel y la habilitación de Loma Larga abrieron una grieta que ya no se cierra con declaraciones, y las protestas de septiembre de 2025 fueron la postal del descontento: comunidades, transportistas, estudiantes y sectores urbanos marchando juntos.
El gobierno respondió con estados de excepción, militares y advertencias, y la distancia terminó hecha abismo. Cuando un presidente pierde al país que camina, pierde también al país que vota.
Conflictos simultáneos con múltiples sectores
Lasso coleccionó conflictos como si fueran estampillas. Noboa los acumula como si fueran trofeos: transportistas, sindicatos, ONG, universidades, gobiernos locales, movimientos indígenas. La lista crece con la regularidad de una deuda. La política no es un ring donde el presidente debe enfrentar a todos. Es una mesa donde, si todos se levantan, la silla del gobernante también queda vacía.
Servicios públicos deteriorados
Lasso nunca logró que el Estado funcionara. Noboa tampoco, pero su deterioro incluye cortes de luz, hospitales sin insumos y un aparato estatal que naufraga entre déficits y excusas. Cada crisis revela la misma escena: autoridades sorprendidas, respuestas tardías y un país que ya no se sorprende de nada. La ciudadanía no pide milagros, solo que el Estado cumpla en lo básico; cuando eso falla, todo lo demás es ruido.
Manejo comunicacional fallido
Lasso perdió el relato. Noboa lo desgastó en tiempo récord. Su discurso oscila entre la épica de la guerra interna, las culpas al correísmo y el dramatismo de la traición, mientras la narrativa oficial intenta sostener decisiones que ya no convencen ni a los convencidos.
Después de la consulta, Noboa evitó el micrófono y dejó que sus legisladores recogieran los vidrios rotos. El viaje inmediato a Estados Unidos fue el mensaje perfecto para un país cansado: cuando más se necesitaba al presidente, estaba en otra parte. Cuando el gobierno pierde la palabra, pierde también el hilo de su propia historia.
Inversión social imperceptible: Lasso hablaba de cifras. Noboa también. Pero el país no come cifras. Come arroz, fideos, pan, y todo eso cuesta más desde la eliminación del subsidio al diésel y el aumento del IVA. Sin protección social ni explicación pública, el aumento del costo de vida se convirtió en la banda sonora del malestar.
Debilidad estructural de los partidos gobernantes: CREO llegó deshilachado. ADN corre el riesgo de ser un cascarón electoral, una etiqueta pegada con saliva sobre un vacío organizativo. No tiene cuadros, militantes ni doctrina. Tiene votos prestados, que son caros y los menos duraderos. La Asamblea lo demuestra: empezó con un equilibrio entre Revolución Ciudadana y ADN, pero terminó como una mayoría de alquiler. Adhesiones temporales, afinidades de ocasión, fidelidades que duran lo que dura la encuesta. En política, todo lo prestado se devuelve, y con intereses. Los apoyos prestados nunca sustituyen a los orgánicos, y son siempre los primeros en evaporarse.
Gabinete inestable y falta de gestión
Lasso cambió ministros como quien cambia curitas en una herida abierta. Noboa también, con un problema adicional: no tiene de dónde escoger. Su gabinete es un carrusel de nombres que regresan porque no hay nadie más. Un gobierno sin cuadros y sin renovación ética no solo se desgasta. Se vacía de sentido. A esto se suma la sombra incómoda del reciclaje político: la llegada de figuras del gobierno del Encuentro, como Mario Cuvi, clave en el blindaje jurídico de Lasso, que reactivó dudas amargas. Los nombres cambian, la lógica no. En Ecuador, la impunidad es el único partido que nunca pierde.
Crisis de seguridad persistente.
Lasso enfrentó la mayor ola de violencia de la historia reciente. Noboa heredó el problema y respondió con la declaratoria de conflicto armado interno. Sin embargo, la percepción social sigue siendo la misma: el crimen organizado avanza y el Estado apenas lo sigue con la vista. 2025 ya es el año más violento de la historia, incluso antes de terminar. La seguridad no se resuelve con gestos extraordinarios, sino con instituciones que funcionen y políticas que duren más que un decreto.
¿Un país atrapado en su propio eco? El derrumbe de Lasso no fue un accidente, sino la consecuencia inevitable de un gobierno desconectado del territorio, sin alianzas sólidas ni proyecto de país. Lo inquietante es que Noboa avanza por la misma ruta. Ecuador se enfrenta a su incapacidad crónica de aprender. La fragilidad institucional, la ausencia de partidos, el personalismo y la improvisación son acordes que el país repite sin afinación desde hace décadas. Cada derrota electoral, cada choque institucional y cada ruptura política es el eco del derrumbe anterior, y mientras no existan cimientos sólidos cualquier presidente estará condenado a convertirse en la siguiente versión del mismo fracaso.
Ecuador no está condenado, pero sí atrapado en una costumbre peligrosa: tropezar con la misma piedra y luego guardarla como amuleto. Romper ese ciclo exige rutas posibles, no milagros. Significa construir partidos de verdad, no cascarones que se deshacen después de las elecciones; reconstruir el Estado con servicio civil y profesionalismo en lugar de reciclar nombres y amistades; pactar con la sociedad en vez de gobernar contra ella; recuperar el lenguaje para decir la verdad y asumir derrotas; y pensar la seguridad desde instituciones sólidas, no desde gestos épicos. También implica encender una chispa de honestidad política que destierre la impunidad y, sobre todo, tomarse en serio a la ciudadanía, no como audiencia, sino como coprotagonista de la vida democrática.
Romper el eco exige algo más difícil que cualquier Constituyente: una revolución íntima, cultural y política, en la que los ciudadanos exijan más y los gobernantes prometan menos, en la que los partidos renazcan y los caudillos se extingan, y en la que el Estado deje de ser un teatro para el lucimiento personal y vuelva a ser, por fin, un proyecto de país.

Solo entonces un presidente podrá gobernar sin convertirse en el prólogo del próximo derrumbe, y solo entonces la historia dejará de rimar con cansancio para empezar, por fin, a escribirse con dignidad.
