Rob Reiner: El “mal estadounidense” que humanizó al  mundo

Fotografía de archivo del 17 de diciembre de 2013 del director estadounidense Rob Reiner (i) y su esposa Michele Singer posando a su llegada al estreno de 'The Wolf Of Wall Street', en el Teatro Ziegfeld en Nueva York (Estados Unidos). El actor, director y productor estadounidense Rob Reiner, de 78 años, fue encontrado muerto este domingo en su casa de Brentwood (Los Ángeles) junto a su esposa, Michele Singer, quienes al parecer habrían sido apuñalados, informó la revista Variety.EFE/ Peter Foley

Esteban Ponce

Quito, Ecuador

El pasado 15 de diciembre, tras la muerte de Rob Reiner, Donald Trump lo describió como un ciudadano muy malo para los Estados Unidos; acusando al director de sufrir una grave obsesión con el éxito de su gobierno. Irónicamente, el realizador, que según el presidente representaba una amenaza para su nación, fue el responsable de algunas de las películas que mejor han capturado el espíritu, las contradicciones y los valores de ese país: la amistad inquebrantable de la infancia, el amor que resiste el tiempo, la lucha por la verdad frente al poder institucional, la fragilidad humana ante el matrimonio, la adicción y la reconciliación familiar.

El neoyorquino de 78 años, hijo del legendario comediante Carl Reiner, alcanzó su cúspide creativa como director entre finales de los años ochenta y principios de los noventa, etapa en la cual firmó una racha de clásicos que pocos realizadores han igualado.

Tras esta primera época dorada, su obra progresó hacia proyectos más íntimos y autobiográficos, explorando con honestidad las fracturas en los vínculos afectivos. Reiner no solo definió y perfeccionó géneros cinematográficos, sino que, con el paso del tiempo, profundizó en dilemas existenciales, desde las crisis de identidad grupal hasta la redención, consolidando un séptimo arte que celebra la empatía y la complejidad de las emociones.

La reinvención de los géneros en los años ochenta

Y es que en realidad este cineasta ha sido uno de los narradores más compasivos y esenciales del american way of life”. Con Cuenta conmigo (Stand by me, 1986), transformó la prosa de Stephen King en un estudio agudo sobre la infancia, el fin de la inocencia y el tránsito a la edad adulta, logrando una fusión perfecta con la icónica balada de Ben E. King.Su tratamiento del trauma y la identidad masculina sentó las bases de un nuevo lenguaje narrativo, cuya influencia es evidente en la estética y temática de ficciones contemporáneas como It: Welcome to Derry y Stranger Things.

Un año después dirigiría La princesa prometida (The Princess Bride), una sátira inmortal que reivindica el valor de los cuentos de hadas. Esta producción demostraría que el amor, la amistad y el heroísmo jamás resultan anacrónicos. Mediante la fusión genérica y el metalenguaje, el director logró una subversión posmoderna del romance, juntando géneros tan disímiles como el de la fantasía, la aventura y la parodia. Asimismo, la cinta planteó desde su inicio una ruptura con la concepción de la masculinidad tradicional característica de Hollywood.

Por si fuera poco, a finales de los ochenta, el director brindó a la audiencia Cuando Harry conoce a Sally (When Harry Met Sally…,1989), un largometraje enfocado en la transición de la amistad al romance. Mediante este filme, Reiner estableció el canon de la comedia romántica moderna que se encuentra a caballo entre el diálogo intelectual y la neurosis urbana. Estas historias de encuentros y desencuentros, presentes anteriormente en diversos relatos literarios, alcanzarán en la versión cinematográfica del neoyorquino su expresión más magistral y definitiva.

Madurez temática y el legado de un cine humanista

Explorando una faceta más sombría, en 1990, el cineasta adapta nuevamente a Stephen King en Misery, cinta por la cual Kathy Bates ganaría el Óscar interpretando a Annie Wilkes. Bates obtuvo el galardón al subvertir el arquetipo de cuidadora, transformando el cariño maternal de su personaje en una violencia obsesiva e impredecible. Más allá del premio, la cinta es un pilar del imaginario estadounidense por su descripción del vínculo entre celebridad y público, indagando el lado oscuro del sueño americano. De hecho, la laureada serie de Netflix Baby Reindeer (2024) posee una influencia directa de este filme; de ahí que ambas narraciones diseccionen la soledad extrema de personas heridas y mentalmente inestables.

Sin embargo, la  filmografía de Rob Reiner alcanzaría su madurez temática al reflexionar sobre el poder institucional y las repercusiones de su ejercicio en la sociedad estadounidense. En 1992, con un pletórico Jack Nicholson en el inicio del otoño de su carrera y una sólida dupla protagónica integrada por Tom Cruise y Demi Moore, el cineasta dirigió Algunos hombres buenos (A Few Good Men). La cinta se consolidó como una honda meditación sobre la obediencia debida frente a la responsabilidad moral individual, explorando los peligros de un sistema que prioriza la eficacia militar y sus códigos de honor por encima de la verdad y la justicia.

Al cierre de esa década, Historia de lo nuestro (The Story o Us, 1999) marcó una de las primeras incursiones de Reiner en el drama adulto, alejándose de la comedia y el thriller. Bajo una lente psicológica, el largometraje cuestiona el mito del amor eterno y retrata las relaciones de pareja como un compromiso basado en la lucha cotidiana. Al eludir el desenlace idílico, el cineasta normaliza el diálogo sobre el divorcio y la reconciliación, subrayando que el matrimonio dista mucho de ser el cuento de hadas que él mismo plasmó en su obra de 1987.

Finalmente, en Being Charlie (2015), Reiner estrena un drama semiautobiográfico coescrito junto a su hijo, Nick. Esta producción, que representa el punto de mayor vulnerabilidad en la trayectoria del realizador, disecciona los sentimientos de culpa, el perdón y la intrincada dinámica paternofilial bajo la sombra de la drogodependencia. Al ofrecer una mirada empática y despojada de juicios sobre el consumo de sustancias en la juventud estadounidense, el filme logra humanizar tanto a los pacientes como a su entorno familiar. De este modo, la cinta, en su momento,  pudo haberse erigido como un testimonio conmovedor sobre la capacidad del arte para funcionar como un catalizador de sanación, tanto personal como colectiva.

Este repaso por el legado del cineasta, víctima de una reciente y trágica muerte, constituye apenas una muestra de la vasta y representativa trayectoria de un artista que supo calibrar el pulso emocional de su nación. Entre sus títulos destacan varios que han alcanzado el estatus de películas de culto; cintas que, más allá de su éxito comercial, han generado una devoción duradera en un público fiel que las revisita y celebra como parte de su propia identidad cultural. De este modo, la estela del director neoyorquino ha trascendido cualquier intento de reducción política o personal, pues su cine permanece como un refugio de sensibilidad y una defensa de los valores democráticos más profundos. Por tal motivo, las películas de Reiner —convertidas ya en mitología moderna— aseguran que su voz seguirá presente en todo aquel que busque en la pantalla grande una verdad universal sobre la condición humana.

Más relacionadas