El texto dramático y la subversión

Por Eduardo Varas

El trastorno que produce un buen texto es quizás la mejor experiencia estética que se pueda tener. No hablo de un daño moralmente reprochable (ese tema se podría analizar en otro momento) sino de la necesidad que surge en el que vive esa obra y luego debe cuestionarse, destruir, revolver y recuperar algo nuevo. El arte es la subversión que no destroza, pero da vida y permite otras construcciones, ideas, lo novedoso germina como un big bang. Ese trastorno es sin duda la parte más hermosa del intercambio que hay entre texto y lector, actor y público, sonido y oyente.
La semana pasada se presentó en la Casa Malayerba, en Quito, la obra de teatro “Funeraria Travel”, del grupo Teatromiento. Un puñal que ataca con precisión: porque somos pasajeros en la vida y en el fondo lo que tenemos es solo la experiencia del poder que nos coerciona, el marketing que nos doblega y las palabras que nos engañan. Este texto dramático, escrito por Cristian Avecillas, es una reflexión política y vital contundente y si a esto le unimos la representación que tanto él como Estefanía Solórzano llevan adelante, con una soltura que les permite ir de personaje en personaje, lo que le queda al espectador es reír, contemplar, pensar, aceptar y agachar la cabeza cuando algo le toca.
¿Por qué es importante que un texto dramático consiga esto? Porque en un país que vive tiempos de absolutos, de posturas que se consideran salvadoras (y que denostan a contrarios) y de divisiones es importante que vengan jóvenes creadores y artistas a decirnos que lo único que debemos hacer es casarnos con ideas que nos permitan cuestionarlas. “Funeraria travel” habla de los muertos y de los que se trasladan, de los que están vivos y son muertos, de los que sobreviven y tratan de no morir, de los que viven a costa de la muerte del otro, de los que matan al ser humano en pos de ideas nauseabundas. De una viñeta de dos socios alrededor de un ataud, pasando por el viaje en un avión, por el mítin de un candidato/luego gobernante (que es capaz de decir frases abrumadoras y ciertas como “El pueblo olvida cuando está indignado”, “Mis ojos son los ojos de la patria”, o “El pueblo no importa, sino la patria”), hasta llegar al influjo de los medios para crear una realidad que no es más que otra convención del poder, la obra es un ir y venir, que crea sentido con esos momentos de dureza y de represión de un personaje hacia el otro. El teatro es bonito e igualmente duro.
El texto dramático es un acto de subversión, de cambio. Cuando ese texto dramático es llevado a las tablas como a un espacio de reflexión valedera, el público entiende lo que está viviendo y se va de la sala asumiendo que hay mucho para roer y meditar. El público también ríe en momentos clave, y comprender que la risa prodiga la gracia suficiente para que en boca abierta ingresen ideas e inoculen los cuestionamientos necesarios. “Funeraria Travel” es la obra que quizás se requiera en este momento de verdades como catedrales, pero es también una experiencia estética que no nos dejará impávidos de aquí en adelante. No es tanto un “aquí y ahora”. El trastorno que se produce es suficiente para aceptar que en adelante lo que tiene el individuo es siempre aceptar que ante el poder (sin importar cuál) lo que queda siempre es dudar de sus intenciones. Esa idea es subversiva.

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