En el peor hoyo

Por Joaquín Hernández

«Hoyo» es una palabra que se utiliza mucho en el lenguaje cotidiano centroamericano. Es la hondura formada en la tierra, pero también la sepultura, el lugar dentro de la tierra donde se deposita a los cadáveres. Es un vacío, un abismo en que caemos por nuestros propios errores o donde somos lanzados. Estar en el hoyo es también estar mal, enfermo o asediado por problemas irresolubles. Es una medida de depresión personal o colectiva. «Los guatemaltecos sabemos que estamos en el hoyo, plagados de asesinatos, secuestros y robos, pero por si el mundo no se había dado suficiente cuenta de cuán bajo hemos llegado, esta mañana se produce el asesinato de Facundo Cabral, un verdadero patrimonio de toda la humanidad, en esa forma que nos pinta tal cual somos, como un país de salvajes, sin ley ni, mucho menos, autoridad digna de tal nombre». Así comenzaba el pasado 8 de julio del corriente, el editorial del periódico decano de la prensa guatemalteca, La Hora, fundado en 1920 por el célebre periodista Clemente Marroquín Rojas, horas después de conocerse el brutal asesinato del cantautor argentino Facundo Cabral, en un boulevard de la carretera al aeropuerto internacional de La Aurora.

A lo que el indignado editorial del periódico se refería, en esos momentos de consternación y de rechazo, era que el asesinato de Facundo Cabral mostraba a Guatemala en una situación límite de caída institucional y social dentro de su atormentada historia contemporánea. El siglo XX guatemalteco está cruzado políticamente por el largo período de dictaduras que se inicia con Manuel Estrada Cabrera, continúa con Jorge Ubico, prosigue con Carlos Castillo Armas y desemboca en la guerra civil que comienza en el año 1960. Hay que releer Week end en Guatemala del Premio Nobel de Literatura Miguel Ángel Asturias. La guerra civil que duró 36 años causó alrededor de 200 mil personas muertas o desaparecidas y 1 millón y medio de desplazados. Los detalles de las torturas y de las masacres de este último período destruyen cualquier optimismo sobre la condición humana. Los resultados fueron para sus herederos el legado de una cultura de la violencia, la irrelevancia del Estado, la atomización de la sociedad civil y en lo logístico miles de armas que nunca fueron entregadas y que continuaron en poder de los grupos que actuaron, sobre todo desde la extrema derecha, al margen de la ley. Por ello, los Acuerdos de Paz de 1996 no fueron suficientes para cerrar las páginas de la violencia y abrir un período de estabilidad democrática. Todo quedó preparado para nuevas confrontaciones.

Es lo que ha sucedido en esta primera década del siglo XXI, no solo en Guatemala sino en México, El Salvador y Honduras. Centroamérica es ruta clave para el narcotráfico, el crimen organizado, la trata de personas y la de blancas. Frente a ello, Guatemala es una tierra bellísima, de volcanes y de lagunas, de múltiples culturas indígenas y pasado colonial. Una especie de edén del que los nuevos demonios globalizados pretenden expulsar a sus habitantes.

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