Justicia en un país injusto

Por Marlon Puertas

Suena pretencioso decir que el Triunvirato resolverá, aunque sea parcialmente, el desbarajuste en las Cortes poniendo chicos jóvenes que simpaticen con los postulados de una revolución que, por ahora, les conviene. Suena iluso, además, pensar que la justicia mejorará teniendo como escenario para su aplicación a un país, nuestro país, integrado por ciudadanos que eligen como sus representantes a quienes dan muestras de liderazgo, atropellando lo poco que queda de institucionalidad, echando volquetadas de tierra sobre principios básicos de convivencia y resucitando prácticas de abuso que antes los asustaron, y hoy les arrancan sonrisas de satisfacción.

El Ecuador es un país injusto, y lo es, porque sus ciudadanos aplaudimos o nos quedamos impávidos con las injusticias.

¿Es justo que gane la Presidencia de la República alguien que capte votos teniendo como su principal habilidad ser un encantador de serpientes?¿Es justo que alguien gane un concurso tan importante para el país, ser fiscal general, teniendo como su principal arma ser amigo y abogado del presidente de la República?

¿Es un país justo el que observa solo apesadumbrado el fallecimiento de un joven de 24 años, Carlitos Mora, víctima hace 16 años, de una negligencia médica que la justicia no pudo castigar?

¿Es justo un país que castiga con la cárcel apenas a uno de 10 asesinos? ¿Puede haber justicia cuando nueve de ellos siguen libres y con la convicción de que si les da la gana, lo pueden volver a hacer y nada les pasará?

¿Es un país justo aquel en donde la rectora de un colegio femenino castiga con la expulsión a unas muchachas desubicadas por dejarse grabar bailando un ritmo malcriado? ¿Esa es la respuesta que necesitan estas jóvenes? ¿Este es el país justo que tenemos, que expulsa del sistema a los estudiantes que son su producto, que apenas son la evidencia de los pésimos resultados de la educación que han recibido en sus colegios, en sus casas, en su entorno?

Reducir el asunto a un cambio de nombres en la administración de las Cortes, es cerrar los ojos a una realidad que nos golpea y a la que, por sobrevivencia, nos hemos amoldado. Todos contribuimos a las injusticias, las alimentamos y en muchos casos, somos sus protagonistas.

Tal vez seguimos esperando que alguien nos dé un buen ejemplo. La mala noticia, les cuento, es que nos quedaremos esperando. Suponer que de arriba, de nuestros líderes, nos caerán como maná del cielo actos ejemplificadores de los que podamos tomar nota, nos mantendrá jodidos por otros 25 años, como dijo María Paula Romo.

Un país que ha dejado de impresionarse de las injusticias que pare a diario, es un país que no es viable. ¿Qué hacemos? Yo no sé. No les recomiendo, eso sí, que se unan al grupo de los bandoleros, que nos van ganando. Tampoco les recomiendo unirse al bando de los políticos, que nos van goleando. Podría sugerir quedarnos en la masa de los ciudadanos, con la consigna de hacernos sentir, cada vez más, que estamos inconformes y hartos de ser como somos. Y hacerles saber al resto que ya nos cansamos de perder.

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