Intolerancia con los intolerantes

Por Gustavo Domínguez

Irán ha vuelto a ser noticia de primera plana por causas desafortunadas. En esta ocasión, Ahmadinejad, no es la vedette del show. Un grupo de estudiantes embriagados de intolerancia y carentes de argumentos inteligentes, son los grandes protagonistas de un cobarde acto de  irreverencia a las normas internacionales de convivencia y respeto a la comunidad diplomática y a sus familias. Pero hay una coincidencia siniestra entre el comportamiento de este importante grupo de infractores y el polémico líder Iraní: extremismos ideológicos e intolerancia, combinación que resulta abominable en un mundo globalizado y de fronteras cada vez menos marcadas.

El ataque, marcado de violencia e irracionalidad a la embajada inglesa, es una noticia muy desalentadora, especialmente  en este “momentum” impregnado de revoluciones buenas, limpias, donde la juventud pacíficamente se levanta como gran abanderada de causas justas. Egipto, Siria, España, Chile y los mismos Estados Unidos, para citar unos pocos botones, han puesto en sus calles juventud y pasión al servicio de ejércitos que reclaman democracia, tolerancia, respeto, igualdad de condiciones, educación y mejoría de las condiciones económicas de masas humanas desairadas con el objetivo de beneficiar los intereses de las grandes corporaciones.

Revoluciones nobles, como las acontecidas en varios puntos del medio Oriente, donde la juventud musulmana se encuentra ávida de cambios y lista a renunciar a décadas de esclavitud ideológica impuesta por  los más viles personajes de sus estirpes. El mundo ha visto con sorpresa y aprobación, como muchedumbres cautivadas por sueños de cambios y de justicia, han cargado sus mochilas al hombro y entonando cánticos de paz y de protesta, han burlado al hambre y al sueño, para con dignidad y heroísmo exponer sus ideas, que se están convirtiendo en la más importante particularidad de esta generación índigo, que muy pronto tendrá su oportunidad desde  las cúspides del poder.

El mundo, no puede darse el lujo de presenciar otro caso como Irak, que como consecuencia de la intolerancia y del extremismo ideológico, ha pasado una factura demasiado costosa  para todos quienes intervinieron en la guerra más absurda de la reciente historia. Una guerra mala, como se la denomina con insistencia en círculos académicos y humanitarios de los Estados Unidos. El pueblo Iraquí se ha desangrado durante demasiado tiempo, una guerra que ha cobrado exorbitante número de inocentes y que ha marcado irremediablemente a jóvenes militares que sirviendo a sus patrias han sido desconsolados testigos de las crueldades e injusticias de la cotidianeidad de una guerra.

El siglo XXI, debe rechazar estos episodios de absurda beligerancia, como debe apoyar a las juventudes con visiones humanistas. Lo que definitivamente no podemos tolerar, es el extremismo y la intolerancia. Es necesario convertirse en abanderados de la intolerancia a los intolerantes.

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