Loa al trono

Por Bernardo Tobar Carrión
Quito, Ecuador

Ese habitáculo, usualmente de dimensiones reducidas, dotado de la infraestructura suficiente para desfogar los desechos sólidos y líquidos que procesa el organismo humano como resultado de comer y beber, básicas tareas de supervivencia, es en sí mismo una extraordinaria fuente de información acerca de sus dueños y usuarios.

Ciertamente, hay servicios higiénicos en los que predomina la funcionalidad, y la disposición de las correspondientes baterías está dictada, con pocas variantes posibles, por la intensa rotación de clientes, como sucede en los baños públicos y de clubes o colegios, que obligan a los usuarios a adoptar la posición de jinetes esperando la partida en una carrera de caballos, ligeramente levantados del asiento para evitar contactos sospechosos, todos en fila y conteniendo la respiración, aunque no tanto en espera del disparo de partida cuanto en previsión de las fétidos efluvios que suelen acompañar las detonaciones intestinales de los vecinos, apenas separados por delgadísimos tabiques.

Pero en los restaurantes menos masificados, en las casas de familia y en otros establecimientos en los que la visita al baño suele concebirse como algo más que un acto biológicamente condicionado, hay espacio para toda la creatividad posible, de la que hacen gala tanto los dueños y responsables del diseño, suministro y mantenimiento de estos recintos de obligado y diario tributo al dios Baco, como los usuarios; aquellos aportando materiales y estos, materia, y también esas ideas que solo parecen fluir al tiempo que el organismo es liberado del peso existencial que se acumula en el bajo vientre. Estos lugares son generalmente inmunes a interrupciones, exentos de otro diálogo que no sea el interior, ajenos, las más de las veces, a la impertinencia de los congéneres y de los timbres telefónicos, aunque no falta, excepción confirmatoria de la regla, el pendejo del celular que, aun en los momentos de tensión extrema que precede al alumbramiento propio de tales faenas, es capaz de atender una llamada.

El baño, como sus usuarios, ha evolucionado, como queda en evidencia de manera singular en el reservado para las visitas, también frecuentado por los dueños de casa cuando, súbitamente acometidos por ese espasmo de inconfundible y premonitorio sello, se percatan de que no alcanzarán a tiempo su privado, al menos sin dejar huellas por el camino. Ha evolucionado tanto que ha dejado aquel indigno emplazamiento debajo de las escaleras, donde había que terminar la tarea encorvado para evitar golpearse la nuca, y ha pasado a ocupar amplios y estimulantes espacios, provistos con material de lectura, pinturas, perfumes, velas y más adminículos indispensables y consistentes con el rito que ha de llevarse a cabo en lugar tan recogido, todo propicio para las íntimas y profundas reflexiones que se originan. Sí, partes pudendas lo mismo que estilo, que no es más que la rúbrica del dilema personal, quedan al descubierto frente al trono cacófago, testigo implacable de materias inconfesables y reducto filosófico que va quedando en medio del tráfago de la modernidad.

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