Flaco favor a Alfaro

Por Bernardo Tobar
Quito, Ecuador

Alfaro y el Che. Curioso encuentro de íconos, juntados por la revolución ciudadana en época de fachadas, símbolos, etiquetas electorales. Los colectivos huecos necesitan héroes de relleno, emplastos históricos, imágenes en las que reflejarse a falta de méritos de carne y hueso, personajes donde no hay personas, hipérboles para conjurar la mediocridad, ídolos en ausencia de ideales.

El Che y Alfaro. ¿Algún denominador común? Quizás la violencia que no dudaron en usar para imponer su visión con sangre, o para llegar al poder por el atajo de las bayonetas; pero aún así resulta ofensivo que a Don Eloy, con su liberalismo, le haga la Asamblea el dudoso honor, en plena campaña de apropiación de su espada por Alianza País, de ponerle como telonero a quien contribuyó al establecimiento de una dictadura en Cuba, donde todavía en estos días siguen muriendo en las cárceles los disidentes políticos.

Alfaro es, sin duda, una referencia histórica en la vida pública de este país. Ni héroe ni villano, exageraciones y maniqueísmos que dicen tan poco de nuestra idiosincrasia y de la memoria colectiva. Fue un hombre con aciertos y méritos, entre ellos la liberalización de los mercados y, en otros órdenes, la legislación en favor del indio y de la instrucción pública, que al igual que el ferrocarril, fueron obsesiones e iniciativas de García Moreno, que hizo bien en continuar. Pero sus excesos contra la Iglesia tuvieron un impacto negativo en la calidad de la educación, a la sazón a cargo de los curas sobre todo en los sitios más apartados y pobres, y comprometieron seriamente la presencia de fuerzas vivas en las fronteras amazónicas, a raíz de la expulsión de las misiones orientales. Tengo mis dudas si contribuyó a profundizar la democracia su permanente recurso a las armas y la insurgencia, como si ganara la música estrellando la guitarra contra el suelo. Lo decía el propio Alfaro, no estaba dispuesto a perder con papelitos lo que habían conquistado por la fuerza. Pero indudablemente la llamada revolución liberal marcó un hito que parece, en el balance, positivo.

Así que, volviendo a los símbolos y a las espadas, no deja de ser una paradoja que la sustraída del Museo Municipal de Guayaquil hoy se guarde en Montecristi, donde se fraguó una Constitución que echó por tierra muchas de las libertades conquistadas hace un siglo por el Viejo Luchador. No olvidemos que con las finanzas de los gran cacao, mote con que se conocía a los mayores productores de este grano, Alfaro luchó contra el orden establecido para suprimir las prebendas, cuotas y tributos estatales que impedían el libre comercio y la exportación de este producto. Hoy el libre comercio es mala palabra, y hemos vuelto a poner en manos del Estado redentor la decisión sobre lo bueno y lo malo, en forma no muy distinta de la que existía en el Estado confesional, con la diferencia de que los preceptos que antes se originaban en la Conferencia Episcopal, hoy se preparan a una cuadra de distancia, en Carondelet: ¡la religión del buen vivir!

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