Un camino intelectual

Por Joaquín Hernández
Guayaquil, Ecuador

Hace unos años, un filósofo, investigador e historiador de las ideas, Oscar Terán, publicó su biografía intelectual en la editorial Siglo XXI, Argentina. El título, un poco largo pero lo suficientemente explícito para dar cuenta de su odisea intelectual, fue «De utopías, catástrofes y esperanzas».

En él, Terán pretende dar cuenta de los compromisos y de las encrucijadas intelectuales a las que llevaron esos compromisos en la agitada historia de América Latina y sobre todo de su patria Argentina en las décadas de los sesenta, setenta y ochenta que fueron signadas por la ilusión de la insurgencia y la respuesta del terror sucio, para arribar en los noventa y primera década del presente siglo al ejercicio de unas democracias cada vez más autoritarias y concentradoras de poder que detestan a los intelectuales que pretender hacer el ejercicio precisamente de la crítica.

Nacido en 1938, Terán vivió en la Universidad de Buenos Aires el auge de las corrientes de pensamiento de la época, cifradas en los nombres, Sartre, Heidegger, Lévi-Strauss, Foucault con el aporte inestimable de figuras como las de Oscar Masotta, Eliseo Verón, Pancho Aricó, José Luis Romero, Ricardo Piglia.

La primera encrucijada que afrontó Terán en la capital porteña fue la contradicción vital que implicaba la formación filosófica que estaba recibiendo contrastada al salir del aula con los enfrentamientos entre estudiantes y militares y los anuncios de golpes de Estado que derrocaban a gobiernos increíblemente debilitados desde su origen.

No fue extraño, -eran los días de la revolución Cubana -, que Terán como muchos de sus compañeros de generación optase por un compromiso político de primera fila en lo que parecía ser la única alternativa política digna, la militancia en la izquierda marxista. Eran años privilegiados para los sueños y para la ingenuidad.

Terán tuvo el coraje de permanecer lúcido pese a su opción frente a lo que estaba sucediendo. Los sueños, los ideales se vinieron abajo antes de 1976, del golpe de estado de los militares. Fue también el año de su largo exilio a México donde meditó sobre lo que había sucedido. Al revés de lo que muchos simplonamente piensan, la caída de los ideales de estos intelectuales de izquierda no tiene que ver con la derrota y el horror que sufrieron. Tiene que ver con las pasiones ideológicas, con la soberbia, con la alucinación por el «proyecto».

Ahora sí puedo sintetizar mi respuesta a tu pregunta: la caída de los ideales tiene que ver en mi caso con la catastrófica derrota de la experiencia revolucionaria de la Argentina de esos años; con el horror de la salvaje represión de Estado; con la sospecha (por razones locales y sobre todo de la crisis del socialismo a escala mundial) hacia aquella filosofía de la historia que con tanto entusiasmo había considerado que respondía a la totalidad de las cuestiones vitales, y con la iluminación de los núcleos perversos que habitaron en aquellos mismos proyectos revolucionarios.

Comienza un nuevo itinerario intelectual. Terán se abre a Foucault.

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