El palo ensebado

Por Bernardo Tobar
Quito, Ecuador

Se escriben leyes desde los escritorios burocráticos, desde los sectores sociales, por los agentes políticos, las ONG, de espaldas a los verdaderos actores de la realidad que intentan regular. Que quienes no sospechan lo que es tomar riesgos empresariales, levantar capitales, generar empleo, competir en el mercado por ganar, a fuerza de calidad, la preferencia de los consumidores, hagan leyes o políticas públicas con incidencia en la economía contra la opinión de los destinatarios de la norma, es tanto como fabricar mangueras para motobombas sin consultar a los bomberos.

Es lo que sucede con el proyecto que pretende penalizar a una industria por ganar más de lo que al Gobierno le parece aceptable. Lo hicieron ya en el sector extractivo; el silencio ante ese precedente discriminatorio le pasa la factura hoy a la banca; mañana se lo pasará a cualquier otra industria. Ganar no es compatible con el buen vivir, pero esta deformación normativa tiene un origen más profundo. ¿Esta visión, que se incomoda con el éxito ajeno, es solamente un postulado de la izquierda criolla o es además la resonancia, el eco, la forma política que cobra un rasgo oscuro de la idiosincrasia nacional? ¿No ha sido acaso este guión, el cliché que confronta al pueblo con el pelucón, cuyo éxito ha de mutilarse para compensar al desposeído, la más poderosa fuente de popularidad y el nervio más sensible de la revolución ciudadana?

La cultura política predominante no se ocupa tanto de aumentar las oportunidades de los de abajo, cuanto de limitarlas a los de arriba. Es la lógica de lo que se llama economía social y solidaria, de la igualdad material, otro legado de Montecristi que atravesó la Constitución con la dinámica del palo ensebado. Se tolera el pequeño emprendimiento, la propiedad modesta, hasta la medianía empresarial, sobre cuya rasante el mérito es peligroso, resbaladizo, es una invasión de los predios y negocios de envergadura reservados al arbitrio estatal. El mercado es sustituido por decisiones burocráticas.

Pero hay que admitirlo, a este estado de cosas se ha llegado también por la anemia de las élites empresariales que, salvo excepciones, han estado por décadas a la defensiva, reaccionando, sin propuestas de vanguardia para el entorno social e incluso para el mismo fortalecimiento del mercado. ¿Alguna iniciativa seria y sostenida para legislar contra los monopolios y a favor de la competencia llevó la firma del empresariado? ¿Este mismo sector le ha presentado al país una alternativa al anacrónico Código del Trabajo, que en lugar de la confrontación de clases se inspire en la dinámica positiva de las relaciones de colaboración? ¿Que opción se ha ofrecido frente a la inequidad y el absurdo que implica para los trabajadores más competentes la distribución igualitaria de las utilidades de la empresa? ¿Acaso buena parte del sector exportador no se ha beneficiado de bajos salarios en lugar de cimentar su competitividad en investigación y desarrollo? Más allá de voces aisladas y sin mayor eco, el sector empresarial no ha sido capaz de empuñar con fuerza el lápiz de la agenda nacional y liderar propuestas revolucionarias.

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