Pescados sin pescadores

Bernardo Tobar
Quito, Ecuador

Solo Dios sabe si Chávez será llamado a rendir cuentas póstumas en fecha próxima, pero sus posibles herederos políticos ya han trabado conflicto sobre la sucesión de la banda presidencial, posesión de incalculable valor en una economía que depende casi exclusivamente del petróleo, recurso manejado por el Estado. Si Chávez no se posesiona hasta el 10 de enero, quienes se sienten ungidos para continuarlo al más puro estilo monárquico, no parecen estar dispuestos a convocar a nuevas elecciones, como manda la Constitución. Es que en ese tipo de economías los contratos más jugosos y los negocios más importantes los administra el Gobierno sin competencia, con todo lo que eso trae consigo cuando en la práctica desaparece la autonomía judicial y legislativa, instituciones que conservan apenas su fachada democrática como tapadera de un trasfondo dictatorial.

La cuestión, sin embargo, no es quién heredará el poder, quién será el continuador de la saga chavista, sino qué legado ha dejado ya en vida a la gente común y corriente la denominada revolución bolivariana, y el tiempo que tomará a la sociedad venezolana desembarazarse del lastre de haber vivido los últimos 13 años, y potencialmente otros seis, bajo una cultura parasitaria, dependiente de las dádivas de la naturaleza y su caprichosa administración por un poder público paternalista. Si hemos de creer las cifras oficiales, tan acomodaticias en el «Socialismo del siglo XXI» como un juego de espejos, en la Venezuela revolucionaria han dejado de ser pobres extremos aproximadamente tantas personas como las incorporadas al empleo público en el mismo período. Dicho de otro modo, los pobres no han dejado de serlo de manera sostenible, ni porque hayan encontrado terreno propicio para la multiplicación de sus talentos. Al contrario, tantas manos adicionales al servicio de un Estado dedicado a perseguir, vigilar y entorpecer han hecho de Venezuela cualquier cosa menos un destino para el emprendimiento y la generación de empleo productivo.

Chávez reparte pescados hallados en sus reservorios de crudo, pero cada vez menos venezolanos se arriesgan a tejer redes para echarlas en su propia pesca. Mientras Caracas subsidia las economías de Cuba, Nicaragua y Bolivia, una Venezuela autoabastecida hasta 1998 debe hoy importar productos de la canasta básica, incluyendo leche.

Porque cuando las personas empiezan a descansar más en la protección y asistencia estatal que en sus propios medios y esfuerzos, cuando resignan la responsabilidad de sus destinos personales en manos de un Gobierno que lo planifica y controla todo, cuando creen que su suerte está resuelta por la herencia petrolera que administra el gran pater familias – el gran hermano de la premonitoria ficción totalitaria de Orwell-, cuando la demolición de las élites les roba a los demás el sueño de llegar a serlo, cuando a las cimas desafiantes del quehacer humano ya no es posible llegar por mérito y emprendimiento libre y personal sino por adhesión o sumisión al Gobierno de turno, cuando no hay más poder fáctico que el Estado mismo, las sociedades atrofian su recurso más valioso: cada uno de los individuos que la forman.

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