Rayuela

Joaquín Hernández Alvarado
Guayaquil, Ecuador

A los 50 años de la primera edición de Rayuela de Julio Cortázar, la cuestión es: quienes la leyeron en su momento, ¿volverían a hacerlo aunque no fuese sino con el vulgar pretexto de un quincuagésimo aniversario? Hay un confuso montón de promesas por las que se escoge y se lee un libro. No todas se mantienen. El problema sobre todo es la ingenuidad del lector y del autor. En Rayuela se asoma una y otra vez la locura de los años sesenta del siglo pasado. Locura que a veces se trueca en furia o en carcajadas. Rayuela fue el anuncio de un modo de vivir diferente, la llegada del reino de lo lúdico, la propuesta de una estética del nomadismo urbano donde las revelaciones ocurren siempre en el azar y donde el placer se encuentra saltando varias veces sobre la misma sombra, la conmemoración en suma, del acontecimiento.

Rayuela es un libro ilusionado, casi ingenuo. Alguna vez escuché de un amigo que había leído, casi recitando, el famoso capítulo 73 para convencer a su indescifrable amada de que ambos compartían la búsqueda del “fuego sordo, del fuego sin color que corre al anochecer por la rue de Huchette”…¿ No dice evocadoramente Cristian Vásquez en Letras Libres que el libro tardó poco en encontrar sus lectores: los jóvenes. “Las chicas querían ser la Maga y los chicos querían encontrarla (sin buscarla, claro)…”

Rayuela expresó el espíritu de los años sesenta. Los famosos grafitis de Mayo del 68 comparten su estilo festivo, inaugural, de happening permanente, de provocación como forma obligada de declaración de principios: “Todo es escritura, es decir fábula. ¿Pero de qué nos sirve la verdad que tranquiliza al propietario honesto?”

Fue Ernesto Albán Gómez un luminoso día de septiembre de 1968 en la facultad de filosofía San Gregorio en Quito que nos abrió con singular maestría las puertas de la literatura contemporánea latinoamericana. Por primera vez, el pensum de Humanidades Clásicas se abría a lo contemporáneo y a lo latinoamericano. Era lo que se llamaba “un signo de los tiempos”. El curso fue una fiesta de personajes y de historias con los que tratábamos de alguna manera de reconocernos. También de situaciones insospechadas y de finales jamás previstos que ponían en cuestión el tiempo lineal que vivíamos.

Escrita en París, publicada con el sello inolvidable de Editorial Sudamericana, 50 años después palpamos la marca de nacimiento pero sobre todo su pertenencia a una época diferente a la que vivimos. Su desenfado, las bromas interminables e incluso el nivel de referencias culturales que chocaba a muchos, eran solo estrategias para salvar la existencia. Es posible que la distancia que ahora se experimenta frente a su lectura sea síntoma de envejecimiento o de ceguera: ya “no ardemos en nuestra obra, fabuloso honor mortal, alto desafío del fénix”. Lo más probable es que sea otra cosa. “Rayuela” quiso ser el anuncio y consumación de un acontecimiento, la reunión de todos los hilos que conducen al centro del laberinto, como Luis Harss propuso en ese libro clave, Los Nuestros.

* El texto de Joaquín Hernández ha sido publicado originalmente en el diario HOY.

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