La dinámica de las ciudades

Gonzalo Orellana
Londres, Reino Unido

Dice Edward Glaser en su gran libro El triunfo de las ciudades que las ciudades son el mejor invento del ser humano. Razones no le faltan, pues si analizamos con detenimiento, todos los progresos tecnológicos, científicos y sociales se han dado en el marco de la convivencia de grandes cantidades de personas que permiten las urbes.

Las ciudades no sólo son la manera más eficiente de proveer bienes y servicios a una gran cantidad de personas, también facilitan el intercambio fluido y constante de ideas, conocimientos y habilidades en un extensión reducida. Las ciudades más exitosas del mundo, entiéndase las mas ricas, amigables e interesantes, son las que han comprendido estas características y han apostado por potenciarlas.

En Latinoamérica, las ciudades, como no podía ser de otra manera, han replicado los grandes problemas de sus sociedades. Latinoamérica es la región mas desigual del mundo, con altos niveles de concentración de riqueza que no sólo se reflejan en las pocas manos que tradicionalmente han poseído los recursos, sino también en el hecho de que en casi todos los países latinoamericanos el poder político, económico, financiero y demográfico se han acumulado en una sola ciudad; Buenos Aires, Montevideo, Lima, Santiago o Panamá no son sólo las capitales de sus respectivos países, también son los centros financieros, las ciudades más pobladas y en algunos casos inclusive los puertos principales del país.

Pero esta concentración no se refleja únicamente en la existencia de ciudades hegemónicas, sino también en la propia dinámica dentro de las ciudades, es así que los barrios lujosos «conviven» con las favelas, villas o barrios miseria donde millones se agolpan bajo la total ausencia de servicios públicos y condiciones mínimas de supervivencia. El uso de la palabra convivir se refiere únicamente al hecho de que en muchos casos se encuentran geográficamente cercanas, pues muros y vallas se encargan de evitar cualquier tipo de contacto entre sus habitantes. No es de extrañar que en ciudades como Río de Janeiro la esperanza de vida en distintos barrios sea tan distinta como la esperanza de vida de un país europeo y un africano.

La inseguridad y la ausencia de espacios públicos aumentan esta desconexión entre ciudadanos, impidiendo que las ciudades cumplan con su rol de conectar a las personas. Aquí la diferencia de «modelo» entre las ciudades latinoamericanas y sus pares europeas no podría ser más abismal. En Londres un lunes por la mañana en el metro te puedes encontrar con un banquero de la City cuyos ingresos anuales superan el millón de libras y al inmigrante que acaba de llegar y que no tiene más que lo puesto. Por el contrario, en Latinoamérica el transporte publico es para los pobres y el sueño de todo miembro de la clase media es comprar un automóvil para poder circular, con la ventana cerrada, y evitar a esos pobres que se ven obligados a utilizar un transporte publico deficiente e inseguro en la mayoría de nuestras urbes.

El caso ecuatoriano cumple con muchas de las características del resto de ciudades de la región aunque con algunos matices. El tantas veces mencionado y muchas veces criticado bi-centralismo de Guayaquil y Quito resulta ser algo positivo, no sólo porque el poder político, comercial o financiero esta repartido entre dos ciudades, sino porque ha evitado que los problemas de hacinamiento lleguen a niveles de las ciudades más grandes de la región. Pese a esto, vemos, más acentuado en Guayaquil que en Quito, que existen barrios enteros donde la gente malvive, el transporte público es insuficiente, faltan espacios públicos y se da ese marcado elitismo a la hora de decidir donde vivir, trabajar, recrearse, etc.

La última década ha sido un período de éxito y abundancia en casi toda la región, con notables tasas de crecimiento y llegada masiva de inversiones. Sin embargo, las ciudades, lejos de cambiar el modelo hacia urbes más amables, integradas y seguras, por el contrario han visto acentuarse sus problemas. El hecho de que Bogotá o Sao Paolo estén en la lista de ciudades más caras del mundo no le hace ningún favor a los todavía millones de personas de ingresos medios o bajos que habitan en ellas. Estos nuevos ingresos, en lugar de repartirse por la ciudad, se han concentrado en zonas específicas, haciendo que comer en un restaurante de moda o comprar una vivienda en algunas capitales latinoamericanas sea más caro que hacerlo en una europea.

En Ecuador hemos visto algo similar, aunque sin las dimensiones de otros países. Esa característica nuestra de ir casi siempre en el pelotón de atrás tiene algunas ventajas, como es el evitar errores que otros cometen. Pero para eso lo primero que necesitamos es tener claras las prioridades, para quienes no las tengan, aquí van algunas ideas: nuestras ciudades necesitan mejores sistemas de transporte publico, no privilegiar el uso del auto particular, requerimos más parques y plazas, no más centros comerciales, necesitamos más espacios para peatones y ciclistas, no vías más anchas o pasos a desnivel. Necesitamos más y mejores lugares donde interactuar, aun cuando esa interacción a veces genere conflictos. Las ideas no germinan en habitaciones aisladas, y las grandes ciudades no se construyen entre muros.

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