La suerte de Ivonne

Marlon Puertas
Guayaquil, Ecuador

Quiso llorar, se le quebró un poquito la voz, pero, al final, el glamour se impuso, nada de lágrimas. Ivonne Baki despidió así su último proyecto, el Yasuní, al que llegó de última hora, convocada nada menos que por Rafael, el enemigo de los concursos de belleza, el que critica hasta las elecciones de princesita de navidad y creador de las bandas de paz, soslayando a las de guerra, que tan bonito sonaban en la canción de Mambrú.

Ivonne es así. Una chévere. Gran presencia, personalidad arrolladora, verbo florido y profuso. Por eso rinde cuentas como quiere, no recibe preguntas de reporteros ávidos de una explicación y tira sus números: solo nos gastamos $7 millones en tres años. Eso no es nada. No dice, en cambio, por qué recogió tan poquita plata alrededor del mundo: $13 millones. Lo que a todos luces es un fracaso, ella lo pinta -porque pinta muy bien- como un éxito. Ahora tenemos conciencia ecológica, esa es la ganancia, afirma con soltura, con su estilo. Que aquello no sirva para salvar al Yasuní, no importa. Muy pronto estarán rodando vehículos ecológicos modelo Yasuní, para tenerlo presente en nuestra memoria, para no olvidar lo que algún día fue.

Será por esa habilidad que tiene de ver siempre el lado positivo de las cosas más feas, que todos se fijan en ella. Comenzando por Jamil, su gran descubridor. Fue su embajadora en Estados Unidos y miren que bien que les está yendo allá a los hermanos Isaías, solo por poner un ejemplo de las buenas relaciones que cimentó. Siguiendo con Gustavo Noboa, con Lucio y ahora con Rafael.

El capítulo con Lucio merece un párrafo aparte, como todo lo que hace el coronel. Ese Miss Universo, en efecto, pasó a la historia. Pero pasó a la historia por el vestido horroroso que lució Susanita, porque de lo demás, ya nadie se acuerda. Bueno, pues ese fue el evento de Ivonne, en el que hubo un ganador, que duda cabe, don Donald Trump.

Siempre ha salido airosa, por la puerta grande del éxito, dispuesta a volver en otro gobierno, con otra tendencia, con presidentes de peor genio que el actual, pero siempre dispuesta al sacrificio por el país.

Si no acuérdense su candidatura presidencial. Aunque quedó casi última, para ella fue un triunfo más, porque las derrotas solo están en la mente de los derrotados.

No de otra forma pudo haber llevado adelante el proyecto internacional más ambicioso y difundido en la historia del Ecuador. No exagero. Ni Pegaso. Lo de Yasuní, en efecto, resultó un ingrediente que puso a Ecuador en el mapa verde de la ecología mundial, convirtiéndose en un referente de las lecciones que un país chiquito podía dar a los grandes, en materia de protección de la naturaleza.

Su pecado, como el de todos los políticos, y ella lo es, es que vivió de las mentiras. El optimismo, cuando no tiene bases, se convierte en un engaño. Y en las entrevistas, hablaba de compromisos, de tratos hechos, de palabras, y sumaba todo, diciéndonos que su gestión, como siempre, era todo un éxito. Lástima que no haya querido dar más explicaciones. Lástima que le fallaron las lágrimas.

* El texto de Marlon Puertas ha sido publicado originalmente en el diario HOY.

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