Ceguera

Hernán Pérez Loose
Guayaquil, Ecuador

Las protestas que se han dado ante el anuncio del fracaso de la iniciativa internacional para proteger el parque Yasuní no dejan de sorprender. Es de una supina ingenuidad venir ahora a expresar asombro, rabia o tristeza por lo que ha sucedido. El plan estuvo siempre condenado a fracasar. La única incertidumbre que rodeaba este asunto era saber cuándo dicho fracaso iba a ser declarado para dar inicio a la explotación petrolera en esa área. Eso era todo. Y el momento que se escogió para el anuncio ha sido probablemente el más adecuado desde la perspectiva oficialista. El triunfo electoral aún estaba fresco, y, además, una Legislatura como la actual –una que está controlada en sus dos tercios por el Ejecutivo, a pesar de representar apenas la mitad del electorado– difícilmente se repetirá.

Era fácil percibir que era una iniciativa destinada al fracaso. En los últimos años, la adicción de la economía y sociedad ecuatoriana por el petróleo ha llegado a tales niveles que habría sido imposible rechazar la oportunidad de seguir engullendo un poco más de crudo. ¿De qué otra forma iba a poder subsistir un modelo económico que puso y pone al Estado como el eje de la creación de riqueza si no es con la explotación continua y ad infinitum de los recursos que son de su propiedad? ¿Estaban ciegos los que hoy protestan?

Acaso creen que es una simple coincidencia ese contraste entre el poco o ningún interés demostrado por crear un marco institucional que favorezca el crecimiento de las exportaciones privadas, no se diga de la inversión extranjera, y la enorme atención estatal que reciben sectores como la minería o el petróleo. Si por un hado del destino las actividades económicas del banano, camarón, flores y otras similares de vocación netamente exportadora hubiesen sido de propiedad estatal –como lo es el petróleo y las minas–, de seguro que no habríamos tenido la política de comercio exterior que se tiene hoy en día. Una política que parece a veces diseñada para destruir esas actividades antes que alentarlas.

Así que la decisión de entrar al Yasuní y extraer cuanto petróleo sea posible es la consecuencia de esa visión que no ve otro camino para la superación de la pobreza y lograr el desarrollo, que el de tener un Estado de grandes dimensiones que es el principal gestor económico. Es una visión que soslaya la creatividad individual y el emprendimiento desde la sociedad.

Al país se le ha advertido que de no inyectarles más crudo a las venas de nuestra economía enfrentaremos una debacle al final de la presente década. Es probable que ello sea cierto. Pero lo que simplemente habremos hecho es patear para adelante unos pocos años más la encrucijada de fondo que hoy se la esconde bajo la alfombra del Yasuní. Solo queda esperar que la explotación la hagan empresas con amplia experiencia internacional en áreas de riesgo ecológico, y rogar que mañana no nos digan que en las islas Galápagos también ha habido petróleo.

* El texto de Hernán Pérez Loose ha sido publicado originalmente en El Universo.

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