Vientos de cambio en Quito

Diego Carrasco
Quito, Ecuador

En el período entre 1984 y 1996 las elecciones nacionales y seccionales fueron concurrentes, es decir , el mismo día se elegían tanto a Presidente como a alcaldes y prefectos. Pese al efecto del «arrastre» que pudo generar el candidato a la presidencia respecto a sus alcaldes, en Quito tal efecto no se dio. Así en 1984 León Febres Cordero, del Partido Social Cristiano ganó las presidenciales y Gustavo Herdoiza, del Partido Demócrata, era electo para la alcaldía. En 1988 Rodrigo Borja de la Izquierda Democrática ganaba la presidencia y Rodrigo Paz de la Democracia Popular la alcaldía.

Nuevamente, en 1992 representantes de dos organizaciones políticas diferentes ganaron, Sixto Durán Ballén, de la alianza Partido Conservador – Unidad Republicana (PUR) la presidencia y Democracia Popular ganó la alcaldía, esta vez con Jamil Mahuad. En 1996, la Democracia Popular ganó por tercera vez consecutiva la alcaldía con Jamil Mahuad, en tanto que Abdalá Bucaram del PRE la presidencia.

Como una de las consecuencias de la crisis que derivó a la caída de Bucaram, se adelantaron las elecciones presidenciales, dejando de ser las elecciones nacionales y seccionales concurrentes. La dinámica local se fortaleció, el debate de las elecciones seccionales se centró en los problemas concretos de la gente, favoreciendo de ese modo, la construcción de dinámicas políticas locales y la emergencia de nuevos liderazgos.

Los gobiernos seccionales no sufrieron la inestabilidad política que sí soporto el gobierno central y por el contrario se legitimaron, los alcaldes gozaron de altos niveles de popularidad. En ese esquema se eligieron alcaldes en 2000 y 2004, y la tendencia no varió: Alcalde y Presidente no fueron del mismo partido. El único período en que coincidieron Alcalde y Presidente de un mismo partido fue entre 1998 y 2000 cuando Roque Sevilla sustituyó a Mahuad en la alcaldía, por la renuncia del segundo después de ganar la Presidencia de la República.

La Asamblea Constituyente de 2008, reformó las reglas de juego y volvió a las elecciones concurrentes entre lo nacional y lo seccional, pero aplicable únicamente para las elecciones de 2009. En Quito, gracias a que el fenómeno electoral de Alianza PAIS estaba en su punto más alto, por primera vez en este período democrático el Alcalde de Quito fue de la misma organización política que el Presidente de la República a través de elecciones.

Estos antecedentes demuestran que en la tradición política quiteña votar por el partido que detenta el poder no es lo común y sólo ha sucedido como una excepción. Más bien se puede decir que los quiteños nos acostumbramos a que la relación entre Presidente y Alcalde sea cordial, pero independiente. Que los temas de la ciudad se resuelvan en público y no dentro de las oficinas de un partido. Quizá el momento que más aclara esta idea fue cuando el entonces alcalde Roque Sevilla, pese a ser del mismo partido que el presidente Mahuad, exigió públicamente su renuncia.

Por esas razones, el falso dilema que se planteó en esta elección: se debe votar por el candidato de gobierno para evitar su desestabilización, es ajeno a la tradición política de la ciudad y demuestra claramente el carácter funcional que podría tener la alcaldía de Quito para el Gobierno Nacional, el Municipio de Quito es una barricada para evitar el avance de los «desestabilizadores», y que «el proyecto» es más importante que la necesidad de cambio de rumbo en la ciudad.

Pese a las visiones apocalípticas, la ciudadanía quiteña se ha pronunciado por un cambio en la administración de la ciudad, ha optado por el cambio y al hacerlo, a mandado varios mensajes al país. La ciudad no le pertenece, ni le ha pertenecido a organización política alguna, premia a quien la sirve y castiga a quién no lo hace o no representa las necesidades de su gente, sin importar la tendencia política. Quito le dice al oficialismo que no basta ponerse la camiseta verde o aparecer junto al Presidente para ganar elecciones: hay que demostrar capacidad para mejorar la calidad de vida de la gente, hay que sintonizar con el sentir de los ciudadanos y no sólo con los militantes de un movimiento.

El Presidente al plantear la elección como un tema de «vida o muerte» para su proyecto político y ponerse como la imagen más visible de la campaña, convierte a la derrota de Augusto Barrera en una derrota del propio Presidente.

De su lado Mauricio Rodas logró sintetizar esa necesidad de cambio, sus votos tienen varias vertientes, sus propios méritos y el voto opositor le aportan mucho a su resultado. Tanto como el voto de protesta por una campaña que inobservó las reglas del juego con la mirada distraída del CNE.

A Mauricio Rodas le tocará enfrentar grandes retos, pues si bien ha ganado, deberá mostrar que puede ser un buen alcalde con un Concejo en el que tendrá que lidiar con un bloque nutrido de Alianza País, con sus aliados del movimiento VIVE, encabezados por Antonio Ricaurte; y con un Gobierno Central que no dudó en aplicar todo su poder para desprestigiarlo y advertir sobre una posible ingobernabilidad para la ciudad.

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