Defensa de la ideología

Antonio Villarruel
Quito, Ecuador

La revolución del Mashi le ha dado pan y circo a medio mundo: ha construido carreteras sobre heredades de biodiversidad para los desarrollistas acomplejados, ha inflado el gasto fiscal -ineficientemente- y tranquilizado las conciencias de una izquierda siempre relegada a colocarse de media tabla para abajo en las urnas, ha roto el miedo ancestral de esta sociedad racista al eterno retorno y posterior venganza de los indígenas mediante una muy inteligente estrategia de cooptación de cuadros, ha dado puestos en la burocracia a gente limitada y a excelentes profesionales jóvenes. Quién no tiene ahora un pariente, un conocido en la administración pública. Los cavernarios también andan tranquilos: el Mashi anunció con dimitir si se despenalizaba el aborto por violación: no obstante, 83% de las muertes por aborto pudieron ser evitadas, según números que maneja el propio Estado. Asimismo, la revolución ha fundado una escuela del insulto valiéndose de las instituciones de comunicación pública que ella misma fundó y de los canales incautados. Esto último para quien más gusta del circo que de cualquier cosa, lo que me temo le sucede a la abrumadora mayoría de la población de este país.

Si existe tal cosa como una historia intelectual occidental, la muerte de la ideología es ya una idea superada, aunque siempre haya todavía quien defienda el valor del libremercado desde la apreciación de que es una condición natural del hombre o, peor aún, la culminación de su evolución. De moda, como anda en todo el mundo, el valor de lo pragmático, lo numéricamente constatable o la equivalencia entre tener plata, tener éxito y estar razonablemente satisfecho con uno mismo, rasgos tales como la adscripción política, el trabajo de la lectura y la escritura, la vida espiritual o metafísica o como quiera llamarse y, sobre todo, un cierto miramiento de que debería existir en cualquier persona alguna parte que no transe o no pueda ser mensurable y objeto de análisis costo-beneficio, son supuestos que han sido remontados en tanto inservibles, invisibles, descartables.

Lo paradójico de todo esto es que la democracia liberal, ese gran malentendido y otro de los conceptos que se da por sentado como si éste fuese el sistema eterno y mejor de distribución política, requiere, forzosamente, de ideología.  La organización de los intereses a través de partidos que se disputen el poder en las urnas –que ha probado ser una de las más grandes farsas de la democracia- necesita, al menos inicialmente, que se distingan las diferentes agrupaciones políticas por el grado de valor que le dan a un ideal de organización social y distribución de poder y recursos. En consecuencia, es obvio que no se podrá gustar a todo el mundo. Sin ponerse demasiado sesudo o teórico, a nadie, salvo al inefable Ernesto Laclau, se le ocurre que el populismo y la repartición de medidas tibias pueda ser una opción viable para repensar inequidades básicas, injusticias estructurales o ineficiencias en la administración pública, que gustan llamarle los tecnócratas. Tampoco parece muy sensato darle su cuota de gusto a todo el mundo, sobre todo en tiempos de revolución, de cambios orgánicos.

Pero justo lo contrario se manifiesta en el gobierno del Mashi (o Amado Líder), quien le da cada vez menor valor a la consistencia ideológica de su anodina y esquizoide Revolución Ciudadana y aparta el rostro cuando se le demanda alguna coherencia, un atisbo de coherencia al menos, entre sus partidarios, que proceden de todo el diverso arcoíris del desarrollismo y la ola modernizadora latinoamericana, pero que se espantan al ver a dos hombres de la mano o de solo pensar que una muchacha pueda decidir si decide tener un hijo sin pasar por clínicas que parecen camales. Eso sí: si hay un consenso mínimo en el proyecto correísta es el del amor feroz aunque bien disimulado hacia la mojigatería católica y el fervor nacionalista. La sanción ejemplificadora a asambleístas que tuvieron la tibia propuesta de despenalizar el aborto por violación, así como la política interna de dar palo y llenar de policías los espacios públicos para que la gente crea que hay mayor seguridad pública, hace que las menciones a íconos revolucionarios o a adalides de la paz mundial más parezcan burlas.

Es patente que más importante se vuelve el requerimiento de una filiación ideológica cuando se pretende realizar una revolución y no un simple proyecto reformista, como hasta ahora ha sido el reinado correísta. Pero no, uno no está para esperar esto del Amado Líder: cuadros formados que prosigan con el proyecto político; uno de está para esperar esto de ninguna formación política en el país, acaso. La recomposición del gabinete del Mashi en un intento por cohesionar un movimiento donde cada uno jala para su lado es superpuesta con propaganda tardoizquierdista y con minutos aire de carreteras y carreteras. El sistema político ecuatoriano, mientras tanto, se sume una vez más en un mercado de subastas y cae en el marasmo solo para despertar por la hipertrofia de algunas pop stars que hacen el show cuando son presidentes. Y así, quien le suceda al Amado Líder importa menos que la continuación de la capacidad de dar chupete a medio mundo. Aunque quien le suceda al Amado Líder sea su propia y alargada sombra.

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