Ecuador: deformación grotesca de la República

Miguel Molina Díaz
Barcelona, España

Muchos se preguntarán: ¿qué hacer con el Ecuador de hoy en día? La respuesta, a mi juicio, es una obra de teatro. Sin embargo, la realidad política del país no podría ser puesta en escena sino únicamente bajo el género del esperpento. Lo nuestro no es una tragedia. Es una deformación grotesca de la tragedia.

Don Ramón del Valle-Inclán presentó al esperpento como una redefinición paródica del sentido trágico. El héroe del esperpento es la versión grotesca y ridícula del héroe de la tragedia griega. ‘Luces de bohemia’ (Madrid, 1924), una de las geniales obras teatrales de Valle-Inclán, consagra el esperpento no solo como un género literario sino como una visión del mundo.

‘Luces de bohemia’ gira en torno a la última odisea de Max Estrella, un poeta de odas y madrigales, hiperbólico y ciego, que en su delirio de grandeza se considera a sí mismo el Víctor Hugo español. A lo largo de la obra la contraposición entre conceptos contradictorios busca evidenciar ese sentido trágico: las luces y la bohemia, París y Madrid, lo puro y lo grotesco, lo lúcido y lo sórdido, etc.

Y así, al narrar la última noche del poeta ciego, Valle-Inclán pone en escena la crisis moral que atraviesa la España de aquel entonces (y la de ahora, obviamente). Un país incapaz de indignarse frente a las injusticias, una sociedad enferma, cómoda e impávida en la que quienes luchan por preservar el sentido de la libertad son aplastados por la estupidez imperante, ya sea del Estado o de las personas.

Pese a que los planteamientos de Valle-Inclán provienen de las décadas inaugurales del siglo pasado, sorprende la actualidad de su visión. Los ecuatorianos asistimos a la más grotesca de todas nuestras obras: el Ecuador del esperpento. Un melodrama alegórico de lo absurdo y escabroso.

El Ecuador no vive una Revolución Ciudadana, tenemos una deformación sórdida, patética y falsa del sentido revolucionario latinoamericano de la segunda mitad del siglo XX. Nuestro líder no es un héroe en el sentido del teatro griego, es una evocación grotesca de heroicidad, cargada de contradicciones y prepotencia, proclive a los insultos y a la victimización permanente.

Plantear la reelección, después de haber asegurado a viva voz que éste sería su último periodo, es el clímax de esta tragicomedia cuyo argumento es una fétida desvergüenza. Por tanto, el supuesto deber de revisar la ‘sincera’ decisión de no optar por la reelección es absolutamente grotesco. Así como es grotesco desmantelar en la constitución el eje del sistema democrático republicano (la alternabilidad, sí) y seguir los pasos del autoritarismo chavista, que tanto se esforzaron en disfrazar.

Es grotesco e irresponsable haber alimentado el caudillismo durante 7 años al punto de no contar, en el movimiento oficialista,  con otros líderes además del presidente. Asumen una deuda grotesca e impagable: no lograron la creación del gran partido de izquierda en el Ecuador, un partido no solo capaz convivir con la democracia sino comprometido a defenderla, nutrirla y radicalizarla.

Ante esa impúdica tragicomedia, lo peor que nos podría pasar es perder el sentido de la ética, es decir, tolerar pretensiones tan alejadas de la democracia. El esperpento, por tanto, es un llamado a la lucidez. El que un Presidente –contra su propia palabra– decida perennizarse en el poder es, hasta cierto punto, probable. Pero el que una sociedad lo tolere, a riesgo de profundizar un populismo peligroso y con ínfulas autoritarias, sería execrable. Lo ético, lo responsable con el presente y el futuro, es decirle al Presidente, con toda la firmeza, que el apoyo popular no es un cheque en blanco y que el poder, en democracia, implica un sistema republicano capaz de sobrevivir por sí solo, sin líderes indispensables.

Hemos llegado a un punto de liquidez en que los discursos oficiales carecen de principios: un día se defiende una cierta visión y al día siguiente se la desmantela. El Ecuador sufre una crisis ética que implica el abandono de los valores republicanos y la asunción del culto a la personalidad. Una grotesca visión de país que estamos llamados a cuestionar y rechazar, de lo contrario seremos culpables del fracaso de nuestra Democracia.

“PRESO CATALÁN: ¿Está usted llorando?

MAX ESTRELLA: De impotencia y de rabia. Abracémonos, hermano.”[1]


[1] Luces de bohemia, Ramón del Valle-Inclán.

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