Entre majestades y discursos

Maricruz González C.
Quito, Ecuador

Día Internacional del Libro 2014. Universidad de Alcalá de Henares, tierra de Miguel de Cervantes Saavedra. Dos aristócratas son el centro del evento. Uno es el que otorga  el premio y otra es la justísimamente reconocida. El uno, en buen estado considerando sus recientes intervenciones quirúrgicas, máximo representante de la monarquía española y uno de los más relevantes de la aristocracia europea, con algunos colmillos de marfil y otras costillas a cuestas, habla y pondera sobre la condición de mujer y la obra de la otra aristócrata, la homenajeada.  Dice que ella da voz a los desfavorecidos; que ella pone en evidencia las contradicciones del progreso; que ella denuncia la discriminación social y toda clase de injusticias. Con su esposa, la reina, a su lado, dice que la escritora “hace que las mujeres se eleven con voz propia y encuentren espacios que, por justicia, les corresponden”.

Al margen de la emoción del momento como admiradora de la escritora, no puedo dejar de lado una sensación surrealista al escuchar el discurso real, considerando lo que uno y otro representan y defienden. Busco el rostro de la reina mientras su esposo habla y, aunque obviamente puedo estar equivocada del medio a la mitad, me parece ver algo de tristeza y frustración: ¿habrá ella encontrado el espacio que por justicia le corresponde? Si no lo ha hecho, ojalá lo haga algún día, al igual muchas españolas y españoles, súbditos de Su Majestad, que desde hace años se hallan entre los casi seis millones de desfavorecidos en paro y a los que la Princesa Roja seguro habrá dedicado alguna letra o palabra.

La homenajeada, Elena Poniatowska, cuarta mujer y quinta mexicana en recibir tan merecido galardón de las letras hispanas, también aristócrata, va ataviada con un traje típico de la zona sureste de Oaxaca que le regalaron unas mujeres juchitecas, con el específico mandato de que se lo pusiera en una ocasión solemne – rojo y amarillo chillante, como dicen en su tierra. No sé si se lo pondría antes, pero este fue el momento indicado, el acontecimiento más importante de su vida profesional, dijo, aunque los premios y honoris causa que ha recibido a lo largo de su vida son innumerables. La Poniatowska, además de periodista y escritora, destaca también su faceta de madre y abuela; de hecho, fue a este solemne acto a recibir el Cervantes acompañada de 7 de sus nietos.

Si leer a Elena Poniatowska ha sido maravilloso, oírle es una delicia. Con una mirada directa, pero llena de dulzura y Amor, para hacer honor a su segundo apellido, declama con su voz suave, llena de mexicanismos y humor. Además de recordar a su recientemente partido amigo Gabo, en su intervención dijo hablar como una “Sancho Panza femenina”, una escritora de los “andariegos comunes y corrientes que cargan su bolsa del mandado, su pico o su pala, duermen a la buena ventura y confían en una cronista impulsiva que retiene lo que le cuentan”. Habló del poder financiero y de los que lo resisten, “me enorgullece caminar al lado de los ilusos, los destartalados, los candorosos”.

Aunque lo dijo con seguridad, con dulzura y convencimiento, sin ningún ánimo evidente de provocación, yo seguía pensando en lo surreal que es el mundo y me preguntaba si en 1499, año de fundación de la Universidad de Alcalá, los reyes católicos hubieran consentido premiar a una aristócrata con intereses en las esferas más bajas.

Nacida en París de madre mexicana y padre francés de origen polaco proveniente  de una familia con escudo de armas, Hélène Elizabeth Louise Amélie Paula Dolores Poniatowska Amor llegó a México a los 10 años, escapando de la guerra. Aprendió a hablar español con su nana, Magdalena, y los pregoneros que anunciaban sus ventas y oficios por las calles y se convirtió en Elenita. Pocos años después la enviaron, junto con su hermana, a estudiar en un internado religioso en Filadelfia, en donde publicó su primer ensayo en inglés, a los 17. De regreso a México, a los 21 empieza a trabajar en lo que sería su profesión, el periodismo, en el diario Excélsior y realiza entrevistas a personajes como la fadista portuguesa Amalia Rodrígues, el escritor Juan Rulfo, la actriz Dolores del Río. A pesar de la cuna de oro en donde nació, la Poniatowska prefirió convertirse en la princesa de izquierda. Comenzó a interesarse por temas sociales y la mujer mexicana, un tópico que profundizaría cuando un día escuchó gritar a una mujer desde un edificio, la lavandera Josefina Bohórquez, que le ayudó a descubrir los submundos del DF, con quien luego trabaría una gran amistad, de la que saldrá su novela Hasta no verte, Jesús mío.

La Poniatiwska pasó su juventud en una época en que la izquierda mexicana estaba compuesta por artistas, escultores, escritores, una “izquierda de élite”, la llamó alguien. Declara que ella ha escrito sobre lo que le ha interesado, principalmente la denuncia de las injusticias, tanto en novela, crónica, investigación o reportaje “para los que no tienen ni burro”, como La noche de Tlatelolco, Herida de Paulina,  Las soldaderas o Nada, nadie: las voces del temblor; pero también está su novela autobiográfica Flor de lis o sus obras sobre personajes fascinantes, como Tinísima, acerca de Tina Modotti, la famosa fotógrafa italiana, o Leonora, acerca de Leonora Carrington, pintora surrealista y escritora mexicana de origen inglés, Diego Rivera y Frida Khalo, Rosario Castellanos, Octavio Paz, Carlos Monsiváis, su propio marido, el astrónomo Guillermo Haro, Manuela Sáenz en Patriota y amante de usted: Manuela Sáenz y el Libertador: diarios inéditos, y un largo etcétera.

Tan importante es la voz de esta escritora entre los pueblos desprotegidos que, cuando un grupo de indígenas encapuchados entró en San Cristóbal de las Casas el mismo día que entraba en vigor el TLC que México firmó con EUA y Canadá, en 1994, el comandante Marcos envió una carta de invitación a Elena Poniatowska para que lo visitara en la montaña. De ese viaje salió La Jornada.

Todo su discurso de agradecimiento por el premio Cervantes fue un homenaje a México, a las mujeres maltratadas y a esa “masa anónima, al pueblo de chinches, pulgas y cucarachas, que traspasa las fronteras”. Ojalá sus palabras hayan calado en más de uno de los presentes que fueron aludidos indirectamente cuando hablaba del poder.

¡Enhorabuena, Princesa Roja!

 

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