El miedo al exterior

Vicente Albornoz
Quito, Ecuador

El resto del mundo (el «exterior»), en general, ha sido generoso con el Ecuador. Y encima es enorme. Pero queremos aislarnos de él.

Primero tengamos una idea del tamaño del resto del mundo: dado que la economía ecuatoriana es 1/1 000 (un milésimo) de la economía mundial, resulta que más allá de nuestras fronteras están 999/1 000 no sólo de la economía, sino también de los mercados y los consumidores del planeta. Eso significa que lo que potencialmente podrían comprarnos «allá» (en el exterior) es una cantidad inmensa porque allá existen mercados que equivalen a 999 veces el mercado interno ecuatoriano. Por eso, si queremos crecer tenemos que hacerlo hacia afuera.

En el pasado ya ocurrió eso: los grandes momentos de expansión de la economía ecuatoriana siempre estuvieron relacionados con las exportaciones: el boom del cacao, el boom bananero y los dos booms petroleros. Y en la historia del país, mucha gente hizo su dinero en negocios relacionados con la exportación: desde la quinina hasta el cacao y desde las flores hasta los servicios petroleros.

Y el exterior nos ha comprado ávidamente lo que le hemos querido vender, más aún es en las últimas tres décadas en que cada vez nos ha comprado una mayor variedad de productos. Por ejemplo, las exportaciones no tradicionales (todo lo que no es petróleo, banano, café, cacao o pescado) eran en 1990 sólo USD 190 millones. El año 2013 fueron USD 5 700 millones. Y ahí están exportaciones tan variadas que van desde los vehículos hasta los cuyes al vacío.

Los productos tradicionales también han sido demandados por el exterior. En el mismo año 1990, las exportaciones tradicionales fueron USD 2 600, mientras que el año pasado llegaron a USD 19 300 millones. Porque no sólo que hoy exportamos más, sino que también subieron los precios. Porque en la evolución de los precios el mundo ha sido amable con el país.

Hoy, cuando todavía hay gente que cree que cada vez se necesita «más sacos de café para comprar un tractor» (viejo mito de la izquierda), es evidente que cada vez necesitamos menos barriles de petróleo para comprar un celular. Entonces, el mundo es grande, nos compra lo que producimos y (al menos desde 1998) fija precios cada vez más convenientes para nosotros.

Por lo tanto, deberíamos perderle el miedo y acercarnos a él. Pero nos aislamos.

Los aislacionistas argumentan dos cosas: la primera es que estamos importando mucho, pero se olvidan que las importaciones son el resultado de la capacidad de compra de los ecuatorianos y que eso es el producto del altísimo gasto público. El otro argumento es que las cosas que consumimos deberían producirse en el país. Se olvidan que nuestro mercado interno es chiquito y qué mejor sería producir para el mundo e importar aquello que el mundo produce, más barato, para nosotros.

* El texto de Vicente Albornoz ha sido publicado originalmente en el diario El Comercio.

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