Sorpresa en Brasil

Hernán Pérez Loose
Guayaquil, Ecuador

Prometían ser las elecciones más aburridas de la región. Una vez que terminó el Mundial de Fútbol, y no habiendo ocurrido los bochornosos desfases en su organización que algunos predijeron, la reelección de la presidenta del Brasil, Dilma Rousseff, parecía un hecho incontrovertible. Arropada bajo la carismática figura del expresidente Lula da Silva y sostenida por la ventaja que le ofrecía el ser presidenta y candidata a la vez, Dilma caminaba confiadamente a una victoria electoral. Tal era la ventaja que le daban las encuestas que comenzó a especularse que no habría una segunda vuelta electoral. Sus dos contendores importantes, el conservador Aécio Neves y el socialista Eduardo Campos, estaban demasiado atrás de ella.

Y de repente todo cambió. Un trágico accidente aéreo llevó a la muerte al candidato socialista Eduardo Campos. La campaña se suspendió por unos días. Hubo un duelo nacional. Campos, un histórico líder de la izquierda brasileña, despertaba más respeto que intenciones de voto. En medio de la consternación, quien hasta entonces formaba binomio con Campos, Marina Silva, aceptó ser ella la candidata a la Presidencia.

Y fue entonces cuando terminaron los sueños de Dilma Rousseff de quedarse cuatro años más en el poder. Aunque Marina Silva siempre fue considerada como una figura más popular que el fallecido Campos, los observadores nunca se imaginaron que su llegada sería capaz de poner en jaque a la invencible presidenta candidata. En dos semanas Marina logró subir como una espuma. El tablero electoral fue desbaratado y la campaña finalmente despertó. En los más recientes sondeos se pronostica un empate en la primera vuelta y una derrota para Dilma en la segunda.

Un debate televisado entre los varios contendores presidenciales dejó en claro que realmente hay solo dos candidatos, debate del cual Marina Silva sacó una ventaja importante. Entre otras cosas, porque todos los participantes (incluyendo a Dilma) cometieron el error de atacarla.

Marina Silva ha logrado en tan pocos días consolidar una suerte de frente común entre dos realidades brasileñas muy diversas. La una, la de ese Brasil rural que es de donde ella proviene. Y la otra, la de ese Brasil desencantado por una crisis económica que es más bien coyuntural, crispado por doce años de gobierno del Partido de los Trabajadores, cansado de tanta ineficiencia de servicios, escándalos –como el reciente de Petrobras– y abusos. El primero fue el Brasil que Lula y Dilma ignoraron. El segundo es el Brasil que los llevó al poder.

Analfabeta hasta los 16 años, Marina es un ejemplo admirable de superación personal, sacrificio y honestidad. Llegó a ser senadora y luego ministra de medioambiente de Lula, pero renunció decepcionada de su visión desarrollista y estilo politiquero. Marina ha despertado esperanzas en sectores tan diversos como los empresarios y los ecologistas. De paso ha ofrecido abandonar la política prochavista del actual régimen. Si algo caracteriza a los sistemas democráticos es su capacidad de generar sorpresas. El Brasil de hoy es un buen ejemplo de eso.

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