Impuesto a la comida…

Vicente Albornoz
Quito, Ecuador

Pocos impuestos pueden afectar más a los pobres que un impuesto a la comida, sobre todo si se grava a la comida barata (incluso ‘chatarra’).

Afortunadamente, hay maneras de revertir el impacto negativo de un impuesto de este estilo. Ya a mediados del siglo XIX un matemático alemán, Ernst Engel, estableció que las personas con ingresos bajos destinan una mayor proporción de su gasto a alimentos. Lo que luego se conocería en la ciencia económica como la “Ley de Engel”, se resume en que, al subir el ingreso de una persona, su consumo de alimentos también crece, pero más lentamente.

Evidentemente, una persona rica dedica más dólares a su alimentación que una persona pobre. Pero si ese gasto se ve como una proporción de su ingreso, es menos de lo que un pobre dedica a comer. Según la Encuesta de Ingresos y Gastos de Hogares del INEC, el 10% más pobre de la población ecuatoriana gasta más de la mitad de sus ingresos en alimentos. Mientras tanto, para el 10% más rico de la población, la alimentación representa una sexta parte de los ingresos. Por lo tanto, cualquier impuesto a la comida afectará más a los pobres, peor aún si el impuesto es a la comida más barata.

La famosa ‘comida chatarra’ es relativamente barata y si su precio sube, el efecto será “regresivo”, es decir, afectará proporcionalmente más a los pobres que a los ricos.

Supongamos que en algún momento se llega a la conclusión de que la ‘comida chatarra’ es dañina para la salud. Supongamos que se puede establecer una manera clara de definir cuál es esa ‘comida chatarra’ dañina (“pan con cola” suena tan ‘chatarra’ como “hamburguesa con papas”). Supongamos, finalmente, que se concluye que la mejor manera de desincentivar su consumo es a través de un impuesto (nótese que son un montón de supuestos). En ese caso, y solo en caso de que todos los supuestos se cumplan, entonces lo conveniente para la sociedad sería introducir un impuesto a la ‘comida chatarra’.

Pero igualmente habría que encontrar una manera de limitar el efecto regresivo de un tributo de este tipo. Para solucionar la distorsión que genera el aumento del precio de unos alimentos, lo que hay que hacer es abaratar otros alimentos (idealmente, más saludables). En otras palabras, para que los más pobres no sean los afectados, habría que subsidiar otros alimentos para que, en neto, se anule el golpe.

Claro que para hacerlo exitosamente sería necesario ubicar con exactitud los alimentos saludables que se decida subsidiar. Si se logra cumplir todo esto, entonces sí tendría sentido poner un impuesto a la comida chatarra y crear un subsidio a otros alimentos. Claro que todo esto solo puede ocurrir si la intención detrás del impuesto es mejorar la salud de los ecuatorianos, mientras que nada tendría sentido si la intención es solo recaudar dinero para el Estado.

* El texto de Vicente Albornoz ha sido publicado originalmente en el diario El Comercio.

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