Un laboratorio para forjar la aurora

Álvaro Alemán

Alvaro Alemán
Quito, Ecuador

Los efectos a largo plazo de la nueva política pública dirigida a las universidades se verán con el paso del tiempo; a corto plazo, sin embargo, se observan signos preocupantes. Uno de ellos consiste en un énfasis marcado, por parte de jóvenes intelectuales que trabajan en distintas disciplinas, hacia lenguajes académicos especializados. La especialización en sí no es un problema, sino la manera en que la publicación en revistas especializadas se convierte rápidamente en el criterio base de la investigación. El resultado con frecuencia es la generación de un discurso técnico ininteligible para la mayoría del público que, ocasionalmente, como en el caso de congresos académicos, se atreve a aventurar a estos actos. Nuevamente, no es el discurso técnico en sí el problema, sino la escasa o nula voluntad de los participantes de dialogar con el público. Esto se observa tanto en la elaboración de una prosa descuidada cuando no abiertamente hostil al desenredo como en una negativa a participar en un diálogo ampliado sobre la relevancia contemporánea de la investigación. Este enclaustramiento “técnico” de la universidad ecuatoriana, su creciente separación de la sociedad civil, va de la mano de la despolitización creciente del estudiantado.

En 1918, un grupo de estudiantes en Argentina inició un movimiento de reforma universitaria, de abajo hacia arriba, que tuvo repercusiones enormes en el desarrollo de la política y la cultura latinoamericana. Vale la pena reflexionar no solo sobre el contenido de este espléndido fragmento de escritura, sino ante todo, sobre su forma y voluntad comunicativa. El primer párrafo del manifiesto reza:

“Hombres de una república libre, acabamos de romper la última cadena que en pleno siglo XX nos ataba a la antigua dominación monárquica y monástica. Hemos resulto llamar a todas las cosas por el nombre que tienen. Córdoba se redime. Desde hoy contamos para el país una vergüenza menos y una libertad más. Los dolores que nos quedan son las libertades que nos faltan. Creemos no equivocarnos, las resonancias del corazón nos lo advierten: estamos pisando sobre una revolución, estamos viviendo una hora americana.”

El texto no se contenta con observar un ideario, comunica lo que siente un miembro activo del movimiento, la enajenación, la voluntad de participar, la lógica que ampara sus actos. Y lo hace en una prosa tan directa y límpida, tan fluida y urgente que su sola lectura incita a saber más. La hospitalidad de este fragmento se opone al hermetismo conceptual y al espíritu técnico y de especialización que caracteriza el discurso universitario contemporáneo, por supuesto, con honradas excepciones. Y es que la lógica utilitaria educativa de hoy se opone también al ímpetu expansivo de los grandes maestros de antaño, Benjamín Carrión, Agustín Cueva, Aurora Estrada, Efraín Jara, figuras que invitaban a establecer conexiones, a conocer más, a leer a través de las disciplinas. El “retiro” intempestivo de muchas de estas figuras ante las demandas de modernización del sistema educativo en algunos casos lamentablemente, al contrario de la proclama de Córdoba, hace todo lo contrario de “vivir una hora americana”.

Este proceso se emparenta con el creciente desmembramiento de la protesta social, con la desarticulación de la protesta estudiantil, con la fragmentación del pensamiento crítico pero sobretodo con el abandono de la actividad educativa como búsqueda de sabiduría. El resultado es extrañamente familiar: planteles relucientes, custodiados por administradores, no maestros, publicaciones y congresos hechos a la medida de los requerimientos burocráticos, no al alcance del público; discursos altisonantes diseñados para captar adhesiones, no para fomentar el diálogo o la reflexión. El clima educativo en el país es así hostil a la producción de autonomía del pensamiento, hostil a la producción de un entorno acogedor a la disidencia y al error. Y no que esta sea una decisión deliberada sino más bien un resultado comprensible del intento de dar un giro de timón a nuestra educación deficiente (otra vez, con notables excepciones). En ese esfuerzo, lamentablemente, se sacrifica el conocimiento institucional de los viejos de la tribu al culto de la juventud triunfante. Aurora Estrada y Ayala escribe un texto de ocasión ante la inauguración del nuevo plantel del Colegio Normal Manuela Cañizares hacia fines de los años 40 en Quito. En el evento estuvo presente Velasco Ibarra, que presidía la inauguración del equivalente entonces de las “escuelas del milenio” de hoy en día. Dice Aurora Estrada:

Entrad—dice su puerta, que es corazón abierto/Hay adentro rumores de amorosa colmena/y graves voces junto a otras fervorosas/y frentes de esperanza vencidas en la faena/y risas y canciones en escalas gloriosas/ Es un laboratorio para forjar la aurora/y fuente en que su sed el espíritu sacia/una estrella preside nuestra labor creadora/y norma nuestros actos la pura democracia/

 

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