¿Qué fue de la RDA después de la caída del Muro de Berlín?

Alexanderplatz, el lugar más emblemático del antiguo Berlín Oriental.

Berlín, 9 nov (EFE).- La apertura del muro de Berlín, el 9 de noviembre de 1989, precipitó la reunificación entre dos Alemanias que -mal que bien- habían convivido desde 1949, un proceso que se consumó en menos de un año con la liquidación de la República Democrática Alemana (RDA).

El régimen germano-oriental llegaba a la caída del muro hecho añicos, además de presionado desde el Moscú de la Perestroika, y las semanas que siguieron a esa noche mágica en la historia reciente de Alemania acabaron de desencajar sus piezas.

En los meses precedentes había crecido hasta lo insostenible el peso de las protestas en toda la RDA y las fugas de miles ciudadanos a través de los países vecinos, al tiempo que el aparato comunista se tambaleaba de relevo en relevo.

El 7 de octubre, el 40 aniversario de la RDA, el último jefe del Estado y del partido de la ortodoxia germano-oriental, Erich Honecker, había tenido que ver cómo «su» pueblo aclamaba como un héroe a Mijaíl Gorbachov, de visita en Berlín.

Once días después se retiraba y tomaba el mando Egon Krenz, un delfín con tintes reformistas, quien se convirtió en secretario general del Partido Socialista Unificado (SED) el 7 de noviembre -dos días antes de la caída del muro- y que no se sostuvo al frente de la RDA ni dos meses, ya que el 6 de diciembre dimitió.

El canciller Helmut Kohl había pisado el acelerador de un proceso reunificador que negociaba directamente con Moscú y las otras potencias vencedoras de la II Guerra Mundial -Francia, Reino Unido y EEUU- además de con sus socios de la UE. La RDA era un convidado de piedra, con un último jefe del Gobierno, Hans Modrow, aún surgido del aparato y de mandato efímero.

El 18 de marzo de 1990 se celebraron las primeras elecciones libres en la RDA, que ganó una alianza liderada por la Unión Cristianodemócrata (CDU) de Kohl y colocó al frente del gobierno germano-oriental a su correligionario Lothar de Maizière.

Con este formato se entró en la última fase negociadora, que derivó en la entrada en vigor de la unión monetaria y económica de las dos Alemanias, el 1 de julio de 1990, a modo de primera piedra de la reunificación política.

El 23 de agosto, la Cámara del Pueblo aprobaba la incorporación de la RDA en la República Federal (RFA) y el 3 de octubre se suscribía el Tratado de Unidad entre ambos Estados, con las firmas del ministro del Interior de Kohl, Wolfgang Schäuble, y de De Maizière.

Un país dejó de existir con esa firma. Varios de sus antiguos jerarcas -como Honecker y Krenz- respondieron luego ante la justicia por las muertes en la frontera interalemana.

El juicio contra Honecker fue sobreseído por razones de salud y murió exiliado en Chile; Krenz agotó los recursos contra lo que llamó «justicia de vencedores» y fue a prisión. Y a Modrow se le condenó por fraude electoral en las municipales de mayo de 1989.

Los procesos por las muertes del muro alcanzaron a más de 50 exmandos de la RDA, en distintos grados de jerarquía, mientras que carreras de algunos políticos quedaron manchadas por su colaboración pasada con la Stasi.

Miles de ciudadanos, catedráticos o funcionarios perdieron sus puestos por haber sido confidentes -voluntarios o forzados- de la temida policía secreta del régimen.

Ni el destino de los exjerarcas ni una presunta añoranza de la dictadura determinaron el surgimiento de la llamada «Ostalgie» -juego de palabras para nostalgia y «Ost», este en alemán-.

Más bien la empujaron los intentos de arrinconamiento a que se sometió a los poscomunistas tras la reunificación, que se plasman aún en ataques a La Izquierda, la primera fuerza de la oposición, a la que se sigue etiquetando de «heredera del régimen».

Fue, asimismo, expresión de la frustración de parte de los ciudadanos del este, que en lugar del paisaje «floreciente» que les prometió Kohl, en 1990, vieron cómo se disparaba el desempleo hasta doblar al de sus nuevos compatriotas del oeste.

Por «Ostalgie» se entendió la sensación de que la apisonadora reunificadora barrió lo que fueron las señas de identidad de los 16 millones de ciudadanos de un país políticamente extinguido.

Cedió, en la medida que amainaron los desniveles económicos entre el este y el oeste, aunque subsiste en locales berlineses de «estética RDA» para turistas y noctámbulos. EFE

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