Guayaquil.- El 5 de noviembre se inauguró «Slow Painting», la obra reciente del maestro Jorge Velarde (Guayaquil, 1960), en la Pinacoteca Manuel Rendón Seminario.
La presentación de la muestra la realizó la Presidenta de la Casa de la Cultura Núcleo del Guayas, RosaAmelia Alvarado Roca, quien manifestó que resultaba honroso recibir la obra de Jorge Velarde, la que «habla del mundo de un artista, sus soledades y su cosmovisión del espacio existencial».
Para Rosa Amelia, el artista es un pintor a tiempo completo, un artesano insatisfecho, que asegura no pintar con la cabeza, sino con las entrañas y que se refugia en su obra a manera de catarsis, pues pintar constituye para él la sanación a su angustia de crear.
Velarde se graduó del Colegio de Bellas Artes de Guayaquil. Fue cofundador del colectivo de artistas «La Artefactoría» en 1982, estudio cine en Madrid, y de vuelta al país retomó su actividad pictórica.
En el 2013 presento su muestra «Invención y fingimiento», de pintura y fotografía, en el Instituto Cultural Gabriel García Márquez, en Bogotá. En el 2012, presentó «Dispersiones» en la Galería Instituto Cultural Peruano Norteamericano, en Lima, y «Esculturas» en la galería de Patricia Meier, en Guayaquil.
Ha realizado exposiciones colectivas en Quito, Cuenca, Manta, Azogues, Riobamba, Bahía, y en países como Venezuela, Costa Rica, Brasil, Argentina, España, Chile, Bélgica, Colombia, Estados Unidos.
Para el Dr. Julio César Abad Vidal, investigador docente de las facultades de Artes y Filosofía de la Universidad de Cuenca: «La exposición Slow Painting presenta un catálogo de las obras de Jorge Velarde: la presencia notable de autorretratos dramatizados, su ecuménico amor al arte de la pintura (en esta ocasión sus referentes son los íconos bizantinos y la obra de Magritte), los retratos de su círculo afectivo, (…siempre su esposa Anabela) y los realizados por encargo…»
«… Velarde ha elegido como divisa para su exposición ‘Slow Painting’ (pintura lenta o pintura pausada) el icónico Solitario George, ejemplar de una especie de tortuga gigante autóctona del Archipiélago de Galápagos. Con la muerte del espécimen en el 2012, y pese a los esfuerzos de los científicos por conseguirle descendencia, que resultaron todos ellos infructuosos, su especie, la tortuga gigante de Pinta (Chelonoidis abingdoni), se extinguió. La elección de la tortuga tan famosa, que incluso tenía nombre propio, no resulta en absoluto inocente, y está surcada por el humorismo un tanto amargo que se halla en buena parte de la producción de Velarde».
«En primer lugar, el caparazón de la tortuga ha sido sustituido por una paleta de pintor (un motivo que sirve a Velarde en numerosas ocasiones como un procedimiento visual de sinécdoque). La paleta se convierte así en una suerte de coraza con la que el pintor se protege de las embestidas de un mundo que pretende comprender con el ejercicio mismo de su trabajo. Una soledad que resulta pareja a una actitud bronca ante el mundo. En segundo lugar, la identificación del oficio con la lentitud parece llamar la atención sobre una resistencia al imperio de la hiperaceleración del hipercapitalismo nuestro».
«En tercer lugar, la extinción del espécimen estaría considerando la amenaza del arte pictórico por la cohorte de asesinatos en grado de tentativa que, desde diversas plataformas de la teoría del arte, han intentado certificar su muerte en un número tan impar de ocasiones, como contestado por la realidad de la creación contemporánea. Y finalmente, existe una suerte de autorreferencialidad, que resulta pertinaz en su obra, y que en este caso procede a una identificación del protagonista de su emblema, la tortuga gigante George, con el pintor. Una identificación para la que recurre a sus mismos nombres; la exacta traducción del nombre inglés George es, en español: Jorge», concluye Abad.
mrjc/Fotos LaRepública.ec