El mal negocio de la desigualdad

Gonzalo Orellana
Londres, Reino Unido

No existe debate económico más importante en el mundo desarrollado actualmente que el relativo a la desigualdad y específicamente al incremento de esta. El debate se ha calentado con una serie de libros y estudios que demuestran cómo durante las últimas décadas la desigualdad ha crecido en la mayoría de países desarrollados y también en algunos en vías de desarrollo, notablemente China. Sin duda el caso más dramático es el de EEUU, el país desarrollado más desigual; según cifras recientes publicadas en el Financial Times el 3% más rico se queda con casi el 30% de los ingresos generados en la primera potencia mundial.

¿Por qué es un problema la desigualdad? La primera respuesta es moral, y aunque en los países desarrollados los niveles de pobreza son bajos o inexistentes, sigue siendo difícil justificar que unos tengan tanto más que los otros, lo que sumado a la profunda recesión experimentada en años recientes ha generado más atención sobre el tema. Pero además de aspectos morales hay razones más “tangibles” para buscar la equidad. El tener un alto nivel de concentración de riqueza en pocas manos tiene un impacto importante en la demanda agregada de la economía, haciendo que esta sea menos dinámica, y esta restricción de la demanda a su vez genera menos inversión por parte de las empresas pues no esperan incrementos en sus ventas, impactando en el crecimiento económico. Puesto de manera simple: la economía crece más cuando un millón de personas tiene un dólar cada una que si una persona tuviera 1 millón de dólares y 999 mil personas no tuvieran nada.

El otro impacto de la desigualdad es el político, pues a diferencia de los ingresos, los votos están perfectamente distribuidos, con lo cual el incremento de la desigualdad suele traducirse en la aparición y auge de agrupaciones políticas tanto de izquierda como de derecha dadas al populismo. En Europa el auge de estos partidos políticos es notorio y aunque suelen tener reivindicaciones distintas en cada país, una de las características comunes es la idea de que el sistema actual no es justo y que debe ser cambiado.

Dentro de este entorno internacional, ¿cómo se comporta la que ha sido siempre la región más desigual del mundo? Paradójicamente la situación en Latinoamérica muestra una tendencia favorable en casi todos los países. Una década de crecimiento económico y el uso de políticas consideradas pro-pobre: transferencias directas de dinero, mayor inversión social, incremento del salario básico, etc han conseguido reducir la desigualdad, aunque esta sigue siendo un problema enorme. En Ecuador, la situación es similar a lo observado en la región, el coeficiente de Gini que tradicionalmente se usa como herramienta de medición de desigualdad se ha reducido de alrededor de 0.52 en 2002 a 0.47 actualmente. Adicionalmente hay una mejora en la distribución por quintiles poblacionales, según la Cepal el 20% más pobre se llevaba apenas el 5.1% de los ingresos en 2002 mientras el 20% más rico se llevaba el 49%, casi 10 veces más; para el año 2012, estos porcentajes fueron 6.4% y 43% o algo menos de 7 veces más, y bastante mejor que el promedio Latinoamericano que al 2012 fueron 5.4% y 47% o casi 9 veces.

El objetivo manifiesto del gobierno actual es conseguir crecimiento económico con reducción de la desigualdad, lo que es sin duda un objetivo loable, sin embargo hay que distinguir las estrategias útiles para reducir las brechas, de las que simplemente no funcionan. Algunas de las medidas mencionadas anteriormente han mostrado su eficacia en varios países de la región: las transferencias directas, como el bono de desarrollo humano, que están muy extendidas en nuestra región han sido identificadas por el Banco Mundial como una herramienta útil; tener una estructura impositiva progresiva es otra medida ampliamente usada para reducir los niveles de desigualdad. Pero sin duda la mejor medida para reducir la desigualdad en el largo plazo es el acceso a educación de calidad, pues únicamente la educación equipara a las personas al margen del nivel de ingresos de la familia de la que provienen.

En el lado de lo que no funciona están medidas que por su pequeño impacto o por sus efectos secundarios pueden ser inútiles o inclusive contraproducentes. La idea de imponer límites en los salarios, ya sea directa o indirectamente, es una medida discutida en los países desarrollados en los últimos años, particularmente para el sector financiero. Sin embargo este tipo de medidas suele tener efectos no deseados como la dificultad de atraer talento a una industria o país, pudiendo tener consecuencias negativas en la generación misma de riqueza. Lo mismo suele suceder cuando se imponen niveles impositivos exagerados, como el caso de Francia, donde la imposición de un 75% de impuesto a la renta para los ingresos más altos, ha tenido muy poco impacto en la recaudación, pues mucha gente con altos niveles de ingresos simplemente puede escoger otro país para vivir.

El hecho de que a nivel académico, político y empresarial se valore el impacto negativo que tiene la desigualdad en las sociedades es claramente positivo. Como también lo es que nuestra región, que durante años fue un ejemplo de lo peor, pueda en este momento mostrar éxitos en la lucha para tener una sociedad menos inequitativa.

 

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