De monumentos y murales

Marlon Puertas
Guayaquil, Ecuador

La nueva historia del Ecuador se está escribiendo a punta de monumentos y murales y eso solo nos convierte en un país al que le han arrebatado el derecho de conocer su verdad.

Una verdad que está plagada de abusos a los Derechos Humanos, desde siempre. Ni la presunta izquierda ni la consecuente derecha salen limpias en su recorrido por el poder frente a quienes no se sometieron a sus políticas o no se llenaron los bolsillos con la aplicación de su socialismo o neoliberalismo, dependiendo el caso.

El problema es que la verdad ya es muy difícil de conocer a ciencia cierta. Porque esta misma gente, que hoy paga miles de dólares para hacer justicia con los murales o rendir pleitesía con los monumentos, ha secuestrado por siempre a la verdadera Justicia. Y no les interesa liberarla. Les conviene, eso sí, contratar artistas para que plasmen en figuras retorcidas o cabezas gigantes sus venganzas o gratitudes, que ni de lejos se acercan al dogma del Derecho de darle a cada uno lo que le corresponde.

El país, si quiere ser un verdadero país, no necesita ni lo uno ni lo otro. Ni las loas que se rinden a Febres Cordero con un mural ridículo que lo pone en los cielos en el Salón de la Ciudad en Guayaquil, ni las maldiciones que lo ubican en el infierno junto a Pinochet y Videla, tal como aparece en el mural espantoso que acaba de develar con orgullo el fiscal General de la Nación.

Ecuador solo requiere una justicia independiente, aplicada en el momento oportuno. Que no la tuvo en el largo periodo de mando de Febres Cordero y que no la tiene en el larguísimo periodo de mando de Correa, ambos asesorados por Alexis Mera, casualidades de la vida. Y mientras no exista, los abusos a los Derechos Humanos seguirán con buena salud, coleccionando víctimas y testimonios que dichos en el gobierno equivocado, solo recibirán como respuesta burlas e impunidad. Hasta que capte el poder un camarada y entonces se puedan saldar las cuentas, aunque sea con una supuesta obra de arte, porque para entonces, el enemigo ya habrá muerto.

La falta de justicia merece un monumento, pero nunca habrá un político que quiera pagarlo. Ellos seguirán escribiendo su propia historia a punta de murales, pretendiendo que sirvan como el registro de hechos que nunca fueron juzgados, porque siempre es más conveniente para el poder dictar sus propias sentencias.

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