Mariasol Pons
Guayaquil, Ecuador
Llegan estos tiempos navideños y las personas reaccionamos de distintas maneras. Unos se alegran y preparan para el nacimiento de Jesús y rezan mucho. Otros, se aturden por las expectativas económicas comerciales de sus negocios, hay también quien sufre profundamente porque la Navidad se les ha convertido en un momento que evidencia las diferencias materiales que se tiene disponible. También están quienes se llenan de júbilo en una época que evoca los valores más profundos del ser humano tales como la generosidad, la alegría, la dicha de vivir y que nos conducen a la unión de los seres a quienes más queremos llámese amigos, familia, parientes o colegas.
Luego se hace la pregunta: ¿Qué regalar? Ni idea. La compra de regalos, generalmente, es una maratón que desgasta, que casi se vuelve molestosa porque es un ejercicio donde hay que igualar el cariño hacia la persona a quien se va a regalar con variables como la capacidad económica, disponibilidad de tiempo, gustos, colores y sabores. No soy partidaria de la presión que viene con estas fiestas.
Si tengo que escoger un regalo, escojo la coherencia y quisiera que el universo nos la de por montones a todos. La lucha por ser coherente es materia de ensayo y no de artículo de opinión. La coherencia es definida por la Real Academia Española como: “actitud lógica y consecuente con una posición anterior”. Tan simple como eso. Pero ¿qué pasa si esa posición anterior cambia? Entonces habremos de cambiar nuestras acciones para acomodarnos a nuestra nueva intención. En este cambio habrá lugar para el conflicto, pues si una persona cambia permanentemente sus posiciones anteriores ¿a cuál coherencia nos estamos refiriendo? Hará falta flexibilidad para no azotarnos por habernos “desviado” de ella y reconocer que el mejoramiento es continuo pero no inmediato ni absoluto. La coherencia nos permitirá ser honestos con nosotros mismos y a su vez con los demás, consecuentemente, crearemos un espacio armonioso de convivencia.
Es común encontrar incoherencias en todos lado, su observancia es parte de crecer a diario evaluando la dirección a donde vamos. Preguntarnos si estamos siendo coherentes entre lo que decimos, pensamos y hacemos en un ejercicio bastante interesante y será el mejor auto regalo que nos podremos hacer en aras a una vida completa. Con humor puede ser hasta agradable reírnos de alguna ridiculez propia que, de repente, se vuelve evidente como por ejemplo: darse cuenta de que hemos estado queriendo algo todo el día y que hemos actuado completamente en contra de eso. La coherencia no es tan evidente, podemos jurar que somos coherentes pero solamente un análisis individual e íntegro nos aportará claves para detectar eso que estamos haciendo que va en contra de nosotros mismos. El simple hecho de buscar la coherencia nos enrumba hacia ella y eso ya es un gran paso.
Por poner un ejemplo bastante típico; si nos preocupan la pobreza y las enfermedades no sólo donemos en navidad, seamos coherentes y donemos todo el año. Si no queremos catástrofes, entonces no las invoquemos perennemente. Ojalá nos pudieran filmar cada vez que se evidencia brutalmente la incoherencia-ese es privilegio de pocos-, así podríamos hacer conciencia con mayor facilidad ante la inminencia de la observación, aunque bien dice el dicho: No hay peor ciego que el que no quiere ver. Con lo cual, Papá Noel, tome nota por favor: coherencia para todos. Feliz Navidad.