Simonizados

Álvaro Alemán

Alvaro Alemán
Quito, Ecuador

I

Este miércoles pasado, el 29 de enero, Simón Espinosa presentó el libro de textos crítico-literarios de Diego Araujo Sánchez: A Contravía.

En 1921, la compañía de manufacturas Simons puso sus acciones en subasta pública, casi una década antes, su producto estelar, un pulimento para metal de primer orden, creado por George Simons, con el nombre de Simoniz, produjo un epónimo tan exitoso que pronto pasó al castellano, donde se alojó con comodidad y continúa siendo empleado: simonizar.

Esto es de Wikipedia: “Simón es un nombre propio masculino de origen hebreo. Quien lo lleve será «el que ha escuchado a Dios». Hay quienes dicen también que este nombre tiene origen en la palabra griega Simos: «el que tiene la nariz chata».[cita requerida] La variante femenina de Simón es Jimena.”

Son Simones importantes: Dos de los apóstoles: Simón Pedro y Simón el cananeo, también llamado el zelote. Simón el zapatero, discípulo directo de Sócrates, Simón Rodríguez, el mentor de otro Simón, hoy día sujeto de hagiografías, que vivió en el Ecuador, fue director de un colegio de oficios en Latacunga, profesor en Quito y Guayaquil, donde en un incendio, perdió gran parte de su obra escrita. Su obra como reformador del sistema educativo de su tiempo es legendaria y visionaria, Rodríguez predica la integración de saberes y ocupaciones, la organización del espacio escolar como espacio de producción, tanto intelectual como de productos. El movimiento contemporáneo de Makers tiene en él un preclaro precursor. Decía Simón Rodriguez: “La América española es original, originales han de ser sus instituciones y su gobierno, y originales sus medios de fundar uno y otro. O inventamos, o erramos.”

Es Simón también Simón el varón, personaje de una canción de Rubén Blades que simoniza la virilidad latinoamericana.

Simón es el nombre de uno de los Telquines, los habitantes originales de Rodas, nueve hermanos que en la mitología griega registran cabeza de perro, cola de pez o serpiente y manos con dedos unidos por membranas. Se creía que su presencia atraía al granizo y la lluvia, que podían asumir cualquier forma y que producían una sustancia tóxica a los seres vivos.

“Simón dice” es un juego infantil en que una niña utiliza la frase “Simón dice” para instruir a los participantes a que desempeñen una acción, sólo esa frase legitima un acto. Si la frase está ausente, y los jugadores actúan, quedan eliminados del juego. El objetivo del juego es que los participantes puedan distinguir entre las peticiones válidas e inválidas, entre hacer lo que se dice y decir lo que se hace. Se dice que el juego tiene orígenes en el sigo XII, en Inglaterra, en la Batalla de Lewes, una de las principales batallas del conflicto conocido como la Segunda Guerra de los Barones, 1264 a 1267, que tuvo como protagonistas a una serie de barones del reino, encabezados por Simon de Montfort, Duque de Leicester, que se rebelaron contra el poder real de Enrique III y su hijo el príncipe Eduardo. De Montfort capturó al rey y en el año siguiente, utilizó su poder sobre él para legitimar cualquier mandato. Simón decía, y aunque no era rey, se hacía.

II

En su exégesis del texto de Diego Araujo Sánchez, Simón Espinosa elogia, sobre los demás ensayos del libro, aquel que se refiere a la obra de Eugenio Espejo. Simón Espinosa, durante su presentación se convierte en oficiante de la misma práctica pedagógica que Espejo inauguraba en el Ecuador del Siglo XVIII: el despliegue de un Colegio Invisible.

El Colegio invisible aparece en diversos lugares y momentos de la historia. En el agora de la Atenas de Pericles por ejemplo. En cartas escritas en 1646, el químico Robert Boyle habla de “nuestro Colegio invisible” al mentar una sociedad epistolar de investigadores y curiosos profesionales. Francis Bacon habla, en su obra utópica Nueva Atlántida de 1627 de la Casa de Salomón, “entiendan, queridos amigos, que entre los excelentes actos del rey, uno es preeminente. La creación de una orden o sociedad que llamaremos la Casa de Salomón, la institución más noble de la tierra (así pensamos). . . está dedicada al estudio de las obras y criaturas del señor”.

Una entidad afín es la República de Letras, que aparece en el XVII como una autoproclamada comunidad de pensadores y figuras literarias que trasciende fronteras y que forma la base para una República metafísica. Son los philosophes de la ilustración quienes suscriben, de la mano de los residuos del Colegio Invisible, a esta institución.

Entre estas instituciones etéreas se encuentra también la Universidad Flotante, un esfuerzo educativo subterráneo que opera entre 1885 y 1905 en una Varsovia, la capital histórica de Polonia, ocupada por el imperio ruso. El objetivo de esa institución era ofrecer a la juventud polaca una educación dentro del marco de la historia y el conocimiento polaco, que entonces se oponía a la ideología dominante. De lo que se trataba era de resistir la germanización bajo Prusia y luego la rusificación bajo Rusia. La universidad flotante ofrecía oportunidades educativas para evadir la censura y el control de la educación.

Otras entidades similares son las sociedades secretas universitarias del mundo anglosajón: los apóstoles de Cambridge, la sociedad de la cabeza de lobo de Yale, la sociedad de la pluma y la daga de Cornell, la orden de huesos y calavera de Yale, la sociedad de los siete de la U de Virginia y muchas otras.

Y por supuesto el Colegio de Patafísica, fundado en 1948, en Francia, una “sociedad comprometida con la investigación inútil”. El lema de la sociedad es Eadem mutata resurgo “me levanto de nuevo el mismo aunque cambiado”. La patafísica es “la ciencia de lo particular”, no estudia las reglas que gobiernan la recurrencia de un incidente sino los juegos que gobiernan la ocurrencia esporádica de un accidente. Se trata de generar una ciencia de la alegría que prospere ahí donde la tiranía de la verdad incrementa nuestro gusto por la mentira y donde la tiranía de la razón incrementa nuestra estima por la locura.

En el Ecuador, nuestra universidad invisible fue la Escuela de la Concordia fundada en 1792, junto con Primicias de la cultura de Quito, nuestro primer diario. El enorme investigador ecuatoriano Hernán Rodríguez Castelo registra la causa de la “desaparición”, de la Sociedad, mediante la promulgación de una cédula real en 1793:
“Desaprobando hubieseis puesto en ejecución el establecimiento de la referida Sociedad amigos del país, sin que hubiese precedido mi Real aprobación con arreglo a las leyes que prohíben toda junta sin esta circunstancia, he resuelto que como os mando se suspenda su ejercicio hasta mi Real determinación.”

Este 29 de enero, en la sala abotagada del Centro Cultural Benjamín Carrión, Simón Espinosa hizo pública y notoria la existencia de nuestro Colegio Invisible, nuestra Universidad Flotante, nuestra República de Letras, nuestra Sociedad de la Concordia.

Simón dice: “lean A Contravía de Diego Araujo”

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