Creí serían más, muchos más…

Carlos Arcos Cabrera
Quito, Ecuador

Me equivoqué de medio a medio. Imaginé todo Quito cubierto de banderas verdes, y masas ocupando cada espacio de la ciudad. Imaginé un millón de hombres y mujeres, ancianos, ancianas jubiladas, obreros y obreras, entonando el himno a la revolución.

Pero no fue así. Santo Domingo se llenó, es verdad. Más, es poco si se compara con la asfixiante campaña publicitaria puesta en marcha por el gobierno y AP en torno al 1 de mayo, el descomunal esfuerzo (medido en la larga fila de buses para acarreo)  que el régimen debió realizar para movilizar a sus falanges, desde todo el país y la presencia masiva de funcionarios públicos. Llenar Santo Domingo y haber usado todo la institucionalidad pública para organizar la marcha de apoyo al régimen, es un pobre resultado.

Un momento, temí que la eficacia del Estado de propaganda fuera tal que volviera escuálida la marcha convocada por los trabajadores. Más bien la hizo multitudinaria, la convirtió en una fiesta en que se hizo gala de ingenio en las consignas y en las pancartas, con música y baile en la calle, no en una tarima.

Vista los hechos, es comprensible el esfuerzo del gobierno de la RC por minimizar la marcha convocada por los trabajadores y por diversas organizaciones sociales, el 1 de mayo, en Quito.  Por varias horas, una multitud recorrió el centro de la ciudad. Movilizaciones similares se observaron en Cuenca y en otras ciudades del país. Lo ocurrido marca un punto de quiebre o de inflexión de la RC. Es algo tenue y sin embargo evidente y que tiene que ver con la credibilidad del régimen y en especial de la palabra de su deidad.

El Estado de propaganda, en los términos planteados por Roberto Aguilar, tiene un límite y eso se demostró el 1 de mayo. Emerge un poderoso contra-discurso que fluye de boca en boca y en las redes sociales, sólo parcialmente recogido en los pocos medios que aún resisten la censura y  auto censura. Ese contra-discurso da vuelta los mensajes y  las palabras que desde el poder  tratan de descalificar o de justificar sus acciones; los trastoca, les da un nuevo sentido, una nueva vida sobre la que el poder poco puede hacer, que no sea reiterar su discurso. Un buen ejemplo para traerlo a colación es una pancarta: «-40% pensión jubilados. La caretucada el milenio». La «cartucada de la semana» punto culminante de las sabatinas, se transforma en la «caretucada del milenio»: el caretuco es el gobierno.

Dudo que, a pesar de su importancia, este contra-discurso tenga un efecto político inmediato. Las oposiciones al correísmo van a la zaga de las demandas de los ciudadanos opositores y desencantados. Es sorprendente que entre estas se mire con temor el diálogo y se lo condene cuando se trata de la búsqueda de un acuerdo mínimo: oponerse a la reelección indefinida.  La matemática en este caso es elemental: con la reelección indefinida, pierde el país, pierden los ciudadanos, pierden los partidos y movimientos sociales, perdemos todos frente a un solo ganador. Todo lo que vaya más allá de un acuerdo mínimo genera diferencias insalvables y garantiza la permanencia de la RC en el poder. La condena al diálogo entre las oposiciones a la RC, reproducen la lógica excluyente, promueve la confrontación que caracteriza, paradójicamente, al poder.

Un acuerdo democrático, como el que permitió recuperar la democracia en Chile, contra la reelección indefinida, que aglutine a las oposiciones es una señal de madurez política, es un verdadero cambio en la cultura política ecuatoriana. Sin eso nada cambiará y la RC perpetuará su dominio. En este contexto, me parece apresurado hablar de post correísmo.

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