El populismo de nuestro siglo

Juan Carlos Díaz-Granados Martínez
Guayaquil, Ecuador

El populismo es hijo de la crisis económica y de la decadencia de los partidos tradicionales, incapaces de dar respuestas a las demandas de los ciudadanos.  Sus líderes se presentan como redentores.  Caudillos con pocas ideas, que repetidas hasta la saciedad, logran que suenen como nuevas.  Generalmente, no son más que insultadores, que usan entelequias como la palabra “pueblo”.  Tienden a irrespetar el estado de derecho y los derechos de los individuos so pretexto de promover el colectivismo.  Son fieles a esa moral emocional, ese doble lenguaje de buenos y malos, los de abajo y los de arriba, los patriotas desheredados frente a los explotadores sin nombre.

El populismo ignora los principios básicos de la economía.  Su modelo se basa en el excesivo gasto fiscal y el proteccionismo.  Llevan bien las agresiones abiertas, pero no la crítica sutil, dirigida al centro de sus postulados.  Y es en ese momento cuando infringen el derecho a la libertad de expresión de los individuos.  Sus líderes son capaces de insultar a sus mandantes, pero no soportan lo contrario.

Los hemos visto surgir de propuestas callejeras.  En España se  denominaron indignados y aquí: forajidos.  Nacen de una masa anónima incongruente en su propuesta, pero que apuesta a la horizontalidad con jefes carismáticos   Esos líderes han tenido la visión de captar los mensajes callejeros y transformarlos en nitroglicerina.  Sus seguidores quieren verlos como portavoces, no líderes.  Articulan mecanismos democráticos para darles legitimidad a los cabecillas.  Para eso instituyen elecciones primarias, las rendiciones de cuentas y exámenes previos a la asunción de cualquier cargo.

No usan mensajes institucionales.  Preguntan, desafían y contestan.  Emplean conceptos sencillos.  Se mueven muy bien en la televisión y en las redes sociales.  Provocaron el retorno del despotismo ilustrado: todo para ustedes, gracias a ustedes, pero en caso de gobernar, lo haremos sin ustedes.

Se dieron cuenta de que la frustración política ha tocado a mucha gente, que reclama una participación real en la toma de decisiones.  Las instituciones del pasado eran jerárquicas y obligaban al individuo a supeditarse a una idea más grande que él.  Al final, el populismo no pasa de ser un truco para llegar y mantenerse en el poder.  Termina en desastre por la incoherencia de sus postulados.

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