Entre el parricidio y el matricidio literario

Carlos Arcos Cabrera
Quito, Ecuador

El debate sobre la literatura ecuatoriana tiene su historia, su intensidad y su densidad. Algunos textos se han convertido en hitos, destaco tres: Entre la ira y la esperanza (1967) de Agustín Cueva, El síndrome de Falcón (2008) de Leonardo Valencia y Pensamiento crítico-literario (2014) de Alejandro Moreano, que incluye una serie de ensayos sobre la literatura ecuatoriana entre los que destaca La generación de los 30: literatura, ensayo, historia.   Me referiré a este último.

Moreano proporciona una visión, a la vez renovada y totalizadora de la narrativa del Grupo de Guayaquil: De la Cuadra, Gallegos Lara, Gil Gilbert. Destaca las diferencias entre este grupo y la de los andinos, especialmente Icaza, en la construcción de los personajes, el uso de los tiempos, la trama, la mirada, la referencia a los espacios. Se construyeron dos mundos literarios marcadamente diferentes. Si en la narrativa del Grupo de Guayaquil la lucha contra la naturaleza y en ese contexto, la lucha entre los hombres, hacía de la historia, mito y tragedia, en la narrativa andina se construyó el imaginario de la opresión encarnada en el hacendado y en el indio. Fue sin duda una gran literatura. ¿Qué sucedió después con la literatura ecuatoriana?

Moreano formula la tesis del matricidio, el asesinato de mama Domitila, que ha significado que la literatura ecuatoriana haya cortado sus raíces que le unían al lenguaje y al contexto, cercenando su fuerza creativa. La tesis tiene el peso de una maldición. En oposición al retorno generacional del parricidio (la generación del 30 en su momento de declive en los años 50, los Tzantszicos en los sesenta y en escritores post setenta), Moreano sostiene que lo que en realidad hicieron los escritores ecuatorianos fue asesinar a mama Domitila en un intento desesperado por liberarse del peso histórico de la literatura social (novela y cuento) de los años 30 y buscar un espacio, una identidad en el turbulento escenario de la literatura. Cortadas sus raíces, optaron por el «éxodo» en búsqueda de identidad literaria y lingüística y rehuyeron la confrontación estética con la literatura social.  Moreano pregunta: «¿Por qué, …, no hubo, junto a tales corrientes, una potente literatura similar a la que hubo con Arguedas, Scorza y la actual narrativa andina, y que comprendiera la continuidad-ruptura con el indigenismo icaciano  prefigurado en Boletín y elegía de las mitas de Dávila Andrade?»   El Edipo literario ecuatoriano responde el autor, trató de huir de sus «orígenes en huasipungo, de los indios de la Mama Pacha, de la mama Domitila… tal es la metáfora de la literatura ecuatoriana contemporánea —aquella que irrumpe en los setenta— que se inaugura con el asesinato de Domitila Yocasta». Y lo cierto es que no es posible elegir una madre, al estilo Genet, recuerda Moreano, si has asesinado a la tuya.

La tesis de Moreano es de rigor extremo y de radicalismo devastador. El parricidio, aquel ritual generacional contra el realismo social, convirtió a los escritores de los treinta en espectros odiados y temidos. Sombras que vienen del pasado. Recuerdo las palabras del joven poeta Alejandro Carrión, quien acompañó a Icaza a Venezuela, en 1948, invitado por Rómulo Gallegos:

«En torno de Icaza —relata Alejandro Carrión— llovió todo lo que la gloria llueve sobre los ídolos contemporáneos: desde el abrazo del presidente, (…), hasta el jubileo incesante de periodistas, la publicación de anécdotas, la aparición de instantáneas indiscretas, tomadas quién sabe cuándo, las invitaciones a grandes fiestas (…). Los tres jóvenes escritores que Io acompañamos (…) gozamos de su gloria tanto como él (.. .) Nos calentábamos al sol de la fama de Icaza y estábamos sinceramente admirados de haber tenido, ¡tanto tiempo! entre nosotros, a un hombre tan famoso y no habernos dado cuenta.»

El matricidio habría cortado las raíces de la literatura ecuatoriana contemporánea con el mundo andino y montubio privándola de la fuerza creativa y la originalidad, manifiesta en Arguedas o en García Márquez o Juan Rulfo, obligándola a errar sin rumbo. Tal  vez el matricidio, anticipándose a la historia, fue la diana que señalaba la disolución de la «cultura nacional». Una cultura por lo demás artificial. Fernando Hidalgo Nistri, en La República del Sagrado Corazón, demuestra luminosamente que la idea de nación se enmarcó en lo que llama la construcción del ethos conservador, que por lo demás fue la respuesta al reto de inventar un país después de las guerras de la Independencia, pues inclusive su nombre, antes que un nombre que lo ligara a la historia, era la referencia a un hecho geográfico.

El matricidio literario, puede ser brutal, pero también puede ser liberador. Curiosamente Arguedas no tenía madre y fue adoptado y adoptó una cultura y de allí su explosiva originalidad.

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